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Para ella … amo a las viejas. Amo a los viejos. Hace poco la vi, allá en el pueblo de mamá, en Abruzzo. No sé si volveré a verla, me abrazó de tal modo al despedirse que …

~ ELENA ~
Si supieran que esa simpleza no es ignorancia, sino sabiduría.
Si supieran que cada surco es un dolor, una gloria, un momento que no se olvida.
Si supieran que hay plata en los cabellos y oro en su corazón.
Cuánta belleza, Doña Elena, nombre que ella prefiere acentuar en la primera E, Élena, resabios de su vida joven en las montañas italianas. Y Doña no por vieja, merece un trato de distinción, cortesía y reverencia.
Rústica y fina, leve como un pájaro, diciendo tanto en sus silencios. Contando pausadamente si se la invita.
Vestidos azules, negros, grises. Sus pendientes eternos.
Su mirar por la ventana de cortinas primorosas, las manos de campesina siempre empeñadas en alguna labor.
Ella ha hecho un acuerdo, tácito, entre su cuerpo viejo y su corazón joven. Y yo quiero el secreto de esa paz, de ese bienestar que me produce tocar su rostro, sus manos.
Ofrece un té de camomilla, baja la vista, sonríe … y desgrana sus recuerdos.
Quiero oír ese rosario, cuentas preciosas de una vida larga, apasionante.
Amo a los viejos.
Pocos tienen el privilegio de envejecer, así, suave, dulce y dignamente.
Un manto blanco que todo va cubriendo, como tardía nevada de primavera.

 

Por MARÍA ROSA INFANTE