No se sabe.
Nunca lo dijeron.
Parece que cuando
peina canas
el viejito se va con la
tristeza a cuestas
a ver si se consigue
alguna changa.
Estuvo bullicioso y
dominguero
en las últimas horas
del ocaso.
También rezó, cantó
y lloró como un
chiquillo
perdido en una plaza.
Dejó solos a los
hombres,
los despidió con
lástima
y cerca de la
medianoche
se acostó a morir.
No se sabe.
Nunca lo dijeron,
pero creen que se pone
un traje nuevo
y que vuelve
una y mil veces
-incansablemente-
para ver si puede,
de una vez y para
siempre,
conformar a la gente y
a sus sueños.
Texto: MARCELA RUIZ