BOLSONARO, UN FUTURO PREÑADO DE PASADO

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Jair Bolsonaro es el nuevo Presidente de Brasil. Sus posicionamientos personales acerca de los inmigrantes, homosexuales, mujeres, negros, tortura, justicia penal, oposición política, etc son, cuando se los analiza, de una peligrosidad alarmante. Se trata de posturas personales o serán sus metas políticas?

Éste ex capitán del ejército no ha desembarcado recientemente en la escena política sino que se instaló en ella desde hace varias décadas atrás, por lo que nadie en Brasil  puede sorprenderse acerca de su pensamiento político. La pregunta inicial no debe ser acerca de qué piensa Bolsonaro, la clave a descifrar es ¿por qué ganó?

El pensamiento reaccionario y cuasi violento de éste político se mantuvo por décadas en porcentajes ínfimos, casi unipersonales. Pero en 2013 todo cambió; las investigaciones del juez Moro a través de la polémica operación “Lavo Jato” destapó una olla de corrupción que se combinó con una creciente saturación de sectores de la sociedad brasilera respecto del Partido de los Trabajadores (PT). La ofensiva judicial avanzó muy al estilo italiano de la “Mani Pulite”, con mucha prisión preventiva y delaciones premiadas con alivios judiciales lo que redundo un cerca de un centenar de condenado, entre ellos Lula Da Silva, ex presidente que encabezaba todas las encuestas para las recientes presidenciales.

Mientras tanto, y aprovechando el creciente descontento, Michael Temer se quedaba con la presidencia luego de la destitución de Dilma Rousseff, comenzando un viraje del gobierno federal a políticas de derecha.

Ha ganado Bolsonaro por su discurso reaccionario? No. Ha ganado a pesar de sus ideas radicalizadas y cuestionables, primero presentándose como una especie de paladín que combatirá la corrupción y traerá a la sociedad un necesario “orden”. Thomas Hobbes planteó en el siglo xvii la necesidad de un Leviatán, un estado dotado de enorme poder al que podamos encargar nuestra seguridad, incluso renunciando a parte de nuestra libertad. Sin dudas Bolsonaro se ha presentado como una encarnación de ese Leviatán, o como ese Atlas empresarial de Ayn Rand que da por tierra con sindicalistas, burócratas y todo lo que coarte las potencialidades de un emprendedor.

Pero en segundo lugar hay una responsabilidad del propio PT que se enredó en tramas de corrupción, que no renovó su cúpula dirigencial y no supo responder a las nuevas exigencias de su propio electorado, los mismos a los que ayudó a construir una movilización social que los sacara de la línea de pobreza y que una vez estabilizados comenzaron a realizar otros reclamos pues sus propias necesidades habían cambiado.

También el propio Bolsonaro deberá leer profundamente el resultado de las elecciones si quiere llevar adelante su administración. La afiliación de votos al desencanto y al castigo suele ser volátil y puesto a gobernar un país de más de 200 millones de personas, deberá tomar medidas reales para su sociedad, única manera de mantener un electorado que legitime su gobierno. Si sus medidas de gobierno se anclan en su discurso, es probable que su paso por el Ejecutivo se tiña de un autoritarismo intolerante e inaceptable sobre el que pocas veces se logra construir política de bien común.

Para la oposición progresista queda la tarea de reconstruir su identidad, promover nuevos líderes y poner en caja a un gobierno que representa todas sus aversiones, incluyendo las evidentes conexiones internacionales que han apoyado al militar.

Casi como un futuro preñado de pasado, la mano dura vuelve a Brasil vestida de votos descontentos. Una receta vieja. Un futuro no tan incierto.

 

Por EMILIO ARDIANI