Ocho de la mañana, lujoso hotel en Wanda, Misiones, República Argentina. Desayuno como siempre, café y pan o tostadas con manteca, igual que todos los días en mi casa. Lo cierto es que la ilusión de conocer Cataratas ya estaba cerca, algo así como veintipico de kilómetros, siguiendo hacia el Norte. “Hasta dónde la ruta se corta, vos tomá a la derecha, a la izquierda te vas a Puerto Iguazú”, según la explicación del botones del hotel. Y por cierto muy acertadas.
Llego a la bifurcación del camino, doblo de acuerdo a lo previsto, la ruta se encajona en la selva que me parece, sólo me parece, que avanza para tapar la cinta asfáltica, el cartel “Bienvenidos al Parque Nacional Iguazú”. La entrada. Detalles, merchandising, estacionamiento, nada importa, entro a caminar. Primero, el circuito alto. Todas pasarelas con barandas sobre el rio, de entrada un poco de miedo, ¿qué hay…? ¿Qué voy a ver…? Por la hora poca gente, sólo una pareja de jóvenes, los sigo, éstos no se van a perder. Empiezo a escuchar, y a oler antes que a ver, recomiendo que así sea, todos los sentidos puestos en esto, primer salto, Mbigua, ya estoy impactado, si regreso ya valió la pena venir, pero no, sigue el Salto Bosseti, mejor, el Salto San Martin, majestuoso, sigue ruido- olor-vapor- increíble.
Ahora, tren a Garganta, ¿adónde vamos? Sí, estación ferroviaria, pero de verdad, más chica, más linda, más artesanal, más llena de gente, todos los idiomas que se te ocurran, traductores de todo tipo. Llega el trencito, sí trencito, hermoso, pintoresco, a bordo, 4 por asiento, se llena hasta el pico, sale. Un viaje por la selva me parece corto, otra estación también linda como la otra… ¿Y ahora?
Otras pasarelas, todo sobre el río Iguazú, hermoso, poco profundo por lo que se ve de arriba, unos bagres negros grandes más o menos lindos (los bagres en general no son muy hermosos). Urracas coloridas que cambiaron su modo de vida por unas cuantas masitas, no sé si me gusta, un cartel con una serpiente dibujada, no entiendo, será que alguna vez hubo por allí, ahora con la cantidad de gente se hace difícil de creer.
Conserve su derecha, sí, en la pasarela, conserve su derecha. Es mucho el tránsito, de pronto unas pasarelas, rotas, la inundación de no sé qué año, no me da ninguna tranquilidad, de repente… ¡Mirá…!, ¿Mirá qué…? ¿Qué…? La Garganta, dónde, allá, el rio que se termina, se cae, sí se cae, increíble, me acerco como puedo, majestuoso, no sé qué otra palabra podría describir esto, miedo, impotencia, naturaleza, vapor, nunca imaginado, me quedo atónito, miro, me siento pequeño.
De pronto, un colibrí entra en la bruma, enseguida otro… ¿Qué pasa…? Se suicidaron… ¿Y por qué…? No sé, debe ser la imponencia de la naturaleza, tal vez los colibríes de este lugar se mueren así, o por qué no la tremenda fuerza del amor. Porque todos los seres con vida se enamoran.
Sigo, voy al circuito inferior. Todo lo hermoso ahora desde abajo, escaleras, rampas, cansancio, belleza, otra vez, pero casi tocando el agua el majestuoso salto Bossetti, ¿se acuerda?, alto, lleno de arcoíris, me parece que lo toco, sólo me parece… La pareja de jóvenes, la encuentro, me piden que les saque una foto, ella contra el salto, él la abraza, yo detrás de la cámara, pero, algo inesperado…
Dos colibríes salen de la bruma, vuelan más juntos, suben, bajan, dan vueltas, qué bellos, aparecen otros, se mezclan de colores con el arcoíris, claro, es de ellos… Saco la foto, me pongo a verlos y pienso que jamás, pero jamás, sabré si son los mismos…
Por JULIO «PAMPA» D´AMICO