LO QUE VENDRÁ, por RAÚL LEANI

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LO QUE VENDRÁ

Estamos viviendo una época extraña. Todo lo que pensaste ayer, si aún hoy lo creés, mañana probablemente no podrás aceptarlo. Otro tipo de cambio está surgiendo, y esto recién comienza. El cambio ha sido generado por algo impensado, y ese “algo” se llama COVID-19. Posiblemente por primera vez te preguntás sobre tu existencia como ser vivo integrante de la raza humana. Quizás en algún momento de tu vida te lo preguntaste, pero fue fugaz, ahora no. Por primera vez estás viviendo al igual que miles de millones de seres en este planeta un estado de desamparo. El desamparo es ante todo un hecho biológico y psíquico, tiene lugar desde el momento en que nacemos porque no nos valemos por nosotros mismos, es un estado de desvalimiento absoluto. Esa desamparo originario producirá posteriormente angustia automática, angustia que aparecerá en situaciones amenazantes para nuestra integridad física, vincular o social. Y he aquí lo injusto: desamparo significa sentir la inminencia de la muerte, es una mezcla de sentimientos y sensaciones: “Y… a mí me puede tocar”. Puede ocurrir por una situación generalizada que se llama pandemia. El estado de miedo colectivo es tanto o más contagioso que el virus. Ahora, ¿qué es vivir? ¿qué significa estar vivo? El desamparo produce angustia, genera desesperanza y desesperación; entonces, en una situación de amenaza colectiva, ante la necesidad de supervivivencia, aparece el Yo con mayúscula. El desamparo consiste en el hecho de no poder depender de uno mismo: necesito de otro, de un otro como auxiliar, como solidario. El desamparo necesita de cuidados externos, nos empuja a salir de nuestro ego, de nuestra escafandra narcisista. El desamparo, aunque parezca absurdo y paradójico es sano y universal porque me impulsa a ir en procura de que me auxilie el otro, mi par, mi semejante. ¡Que momento estamos viviendo! Estamos transitando un período que nos enfrenta con lo desconocido, con lo inexplicable, con lo incomprensible, con lo indecible, con lo imprevisible, con  lo inevitable, con lo insoportable, con lo inquietante. Sí, el desamparo es una que  experiencia de lo impensable. Ante el desamparo surge la necesidad de protección frente a lo inesperado y lo imprevisible. Por primera vez la barbarie desafía   abiertamente a la civilización. Nos enfrentamos a un nuevo límite sanitario, económico, ambiental y sociopolítico. Nuestra civilización enfrenta un severísimo desafío que requerirá de toda nuestra inteligencia y  sabiduría, de toda nuestra adrenalina para afrontar las tareas sobrehumanas que nos esperan. Hasta ahora, las urgencias y el estrés nos robaban el tiempo para reflexionar; ahora tenemos todo el tiempo a nuestra disposición; el tiempo libre como riqueza social. Aun así, una parte de la población vive el aislamiento como una imposición difícil de sostener; no se ha tomado conciencia del riesgo mortal que nos acecha.  Se quemaron casi todos los manuales de instrucciones para vivir. Casi todos, pero nos quedan recursos. Este enorme desafío que estamos transitando preñado de cambios lo tramitarán y procesarán mejor aquellos que puedan revisar sus modelos mentales. Cuando más crítico es el momento, más nos urge detenernos a pensar. Vivimos un momento de incertidumbre y la pregunta que abarca todo el planeta es: ¿cómo sigue esto? El hombre es ante todo un ser social; su basamento psicológico fundamental y esencial es la actividad que se lleva a la práctica realizándola en la comunidad en la que se vive. Allí el ser humano adquiere su fundamento social, su identidad. Hoy esa razón de ser ha sido postergada por la cuarentena. Habrá que apelar a nuestros recursos internos, a ciertas experiencias acumuladas porque nunca se inventa desde cero y, a partir de allí, imaginar nuevas estrategias de reconstrucción social. Sigmund Freud escribió extensamente sobre la importancia del lazo social como factor fundamental del progreso humano en determinadas circunstancias históricas. Dijo: “Siempre que se manifiesta una enérgica tendencia colectiva, se atenúan las neurosis e incluso llegan a desaparecer por un tiempo”. Los egoístas e indiferentes, ¡abstenerse! El ser humano es un junco frágil en comparación con las fuerzas descomunales e imprevisibles de la naturaleza; incluso un microscópico e invisible virus lo puede matar. Pero es un junco pensante y, cuando se unen varios, como dice una canción, es difícil de quebrar, por eso el ser humano seguirá siendo más noble y tenaz que un virus mortal. El hombre no se espeja pasivamente en su ambiente como los animales; con su actividad conciente transforma la realidad en la que vive y al hacerlo se transforma a sí mismo.  Aunque los recursos materiales son importantes en períodos críticos, no todo depende de eso; el factor humano puede obrar milagros. El factor subjetivo es fun-da-men-tal: que uno nunca se sienta solo, que uno se sienta sostenido, que uno se sienta útil. Que el otro sienta que uno está al lado de él. Que el otro sienta que estoy interesado. En este momento observamos que surge en todo el planeta una inmensa fuerza colectiva y solidaria que abarca a los hombres y mujeres de las más amplias y diferentes disciplinas del campo de las ciencias, la salud, la economía, entre otros, para proteger la vida de nuestros seres queridos, a nuestros vecinos y a toda la raza humana. La reconstrucción se asentará sobre un trípode: conciencia, conocimiento e imaginación. La unión y la inteligencia colectiva es la clave de la esperanza y el resurgimiento.

                                                            

Por RAÚL LEANI, Psicólogo, psicoterapeuta.