EDITORIAL: «LA PATRIA DEL BARBIJO Y EL NO ABRAZO»

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LA PATRIA DEL BARBIJO Y EL NO ABRAZO

Este 25 de Mayo, conmemoración de la más hermosa Revolución argentina, nos encuentra unidos en las nostalgias de las distancias.

Un virus demasiado minúsculo como para ser visto y demasiado gigantesco como para no ser temido, nos aísla en cuarentenas recurrentes.

La fecha, lo sabemos, recuerda aquella gesta de 1810, cuando un grupo de hombres decididos comenzaron a poner fin a la dependencia de España, conformando el Primer Gobierno Patrio.

Ese día, un lunes lluvioso, y tal como había ocurrido un par de días antes en ocasión del Cabildo Abierto, un grupo de vecinos se congregaron en la Plaza, para inquirir por novedades primero, para celebrar después. Esa misma Plaza que con el correr de la Historia se convertiría en el escenario de los grandes acentos populares.

210 años después, las plazas y las calles están vacías.

Quienes las recorren, marcados por actividades que se prestan el calificativo de esenciales o flexibilizadas, o por salidas, también calificadas en su caso como recreativas, llevan bocas tapadas por un paño que se indica indispensable para minimizar los contagios.

No habrá fiesta, no se puede. Y es muy probable que tampoco se quiera, y hasta que no se deba, estando el ánimo alicaído por una realidad nacida de esta pesadilla ficcionada.

Las noticias cuentan muertes, y contagios. Como al pasar, también recuperados. Advierten sobre un pico relegado, mientras las cifras aumentan, y hasta parece ser que por un momento olvidamos que esconden personas con sus propias historias.

La palabra celebración no parece pertinente.

Sí conmemoración, a la la valentía, la ofrenda y la lucha de aquellos que 210 años atrás comenzaron a decir basta, frente a un adversario claramente poderoso. Atributos que pedimos nos puedan legar por unos días, porque los necesitamos en medio de esta tormenta de alcohol en gel y distancias sociales.

No hay bandera azul celeste y blanca ni rayos dorados brillando detrás del Cabildo, dibujados en un cuaderno de colegio.

Tampoco abrazos que acompañen el deseo de un feliz día de la Patria.

Patria que es el otro como nunca, quizá porque como nunca antes  necesitamos que el otro esté bien para poder seguir estándolo nosotros y  los nuestros.

En el otoño de la pandemia, el sol del 25 asoma casi tímido. Un poco por cautela, un poco por recato, mira casi de soslayo la angustia enmarcadas en salud y economías, no sabiendo que la dicotomía que no es tal entre ambas es otra de las proclamas que proclaman las noticias.

La dirigencia, que no es  la misma que la de aquél lunes lluvioso de haces 210 años, deambula entre acciones comunes y discusiones estériles. No parecen, al menos hasta ahora, haber aprendido demasiado.

Tampoco es claro si el resto de los mortales entenderemos. Si luego que pase este tiempo de mil tonos de grises, seremos capaces de aprender de la tragedia, o repetiremos las mismas conductas repetidas que nos trasladaron de tierra aparentemente firme al más impredecible de todos los pantanos.

Mientras, de 1810, el mensaje sigue cursando el aire viciado de la Patria. Lo toman, sin escatimar esfuerzos, como si nada, lo que están en la primera línea de combate contra el enemigo microscópico y enorme a la vez.

Y mientras la Patria se pone el barbijo y no puede abrazar ni siquiera a los retazos de su propia historia en los días señalados, y un himno se tararea casi con quebrada furia desde la soledad de una casa cualquiera, el mensaje de Mayo se eterniza desde una sala de hospital a fuerza de entrega y de coraje, tal como lo marca su propia esencia.

 

Por GUILLERMO MONCLÚS