UN ÁNGEL CON RASTAS

0
319

Ahí va, con sus rastas prolijas y el corazón despeinado. El alma siempre a flor de piel, curtida, blanca y prístina. Clara, su alma,  porque esa piel lleva el rastro de mil soles ardientes. Los ojos mansos, profundos, que ríen eternamente, aún cuando lloran. Muy seguido, ese llanto por todo, por todos, por nada.

Ahí va, bello de belleza rústica pero no ruda, lo ves en la esquina, en ésta, aquella, por toda la salvaje ciudad. Con su lágrima pronta a navegar hasta la comisura de la boca que insinúa, siempre, una palabra dulce encadenada a su sonrisa.

Ahí va, con sus dotes circenses, subido a la bicicleta de acrobacias, pantalones a rayas, enorme, camiseta de colores, ofreciendo ese espectáculo al paso, casual, que algunos miran sin ver. Haciendo equilibrio. Pero no todos saben que vive, él, un ángel urbano, en permanente equilibrio entre los gozos y dolores humanos, haciendo suyo cada gesto de nobleza y cada mezquindad deshumana.

Ahí va, no es perfecto pero se acerca a la imagen y semejanza de Dios, de un Dios que no es de nadie y es universal, no tiene formas ni credos.

Es un ángel, camina entre nosotros, comunes mortales. Se maravilla como una criatura si hoy la lluvia hace el amor con la luz del sol al atardecer y logran parir un arcoíris. Le sonríe y hace una reverencia al perro flaco que cruza raudo la calle. Agradece un billete lastimero de pesos cinco como si fueran de los otros verdes, vio?

Es un ángel y protege, a su modo. Predica con su bondad, a su modo. Vive con lo justo y hace malabares, pero no olvida la caridad diaria, Ni la fe. Ni siquiera la desesperada esperanza.

Es un ángel que transforma la tierra que pisa en polvo de estrellas, que roba sonrisas a los desprevenidos que eligen mirar, como hoy fue mi caso. Que te ofrece un abrazo abrazándose a sí mismo y estirando sus brazos para que te lleguen, en el mismo momento  que la luz se pone en verde.

Ahí va, lo veo por el espejo retrovisor, cambia palabras con un viejito al que nadie quiere escuchar, pero él, sí. Despeina como una travesura a un nene que pasa, la madre voltea para recriminar y estalla en una carcajada.

Desaparece de mi vista. Pero se queda conmigo, un rato más, encantando mi corazón, como solamente los ángeles pueden hacer, un instante de sosiego en la locura diaria.