EL PROPIO RITMO

0
618

 

Una persona relató, que a causa de un malestar en el gimnasio, mientras caminaba sobre una cinta eléctrica, acudió al cardiólogo para que le hiciera un chequeo. Éste no le encontró nada de particular, pero le dio un consejo aplicable tanto al deporte como a la vida cotidiana: “Los corazones son diferentes como diferentes son las personas. Cuando camines en la cinta del gimnasio, anda a tu ritmo. No mires al que está corriendo a gran velocidad a tu lado. Regula el aparato según tu capacidad. Por querer ir al rápido paso de otro, te agotarás, si es que no te ocurre algo peor”.

En la vida, a veces nos piden que seamos héroes y que caminemos al ritmo de los otros. Nos exigen sin importarles lo que nos está pasando y hasta dónde podemos dar. Se repite que el tiempo es oro, no podemos perder ni un minuto, todo tiene que ser rápido y eficaz, la sociedad tiende a uniformarnos, a que hagamos las cosas al mismo tiempo, marcándonos horarios y rígidos esquemas que no siempre se ajustan al ritmo de cada uno. Éstos son importantes para el orden de la convivencia, pero a la vez deberían ser un poco más flexibles para cada persona. Hay realidades que no podemos encasillar dentro de un horario o un rígido esquema. Es necesario hacer el esfuerzo de descubrir cuál es el tiempo de cada uno. De lo contrario podemos hacer mucho daño, al no respetar los distintos ritmos. Respetar el tiempo del otro es también dejarle un tiempo para que sea libre, para la creatividad, para que crezca, para que se encuentre con Dios paso a paso, en un itinerario.

En nuestro mundo tan acelerado, muchos conflictos se desencadenan al coartar el tiempo de las personas, y a su vez, al coartar su libertad. Así como hay plantas que florecen una vez cada cien años y otras lo hacen anualmente, Dios dispone para cada persona, un tiempo y unas circunstancias para florecer. Demos a cada uno tiempo, no juzguemos por impresiones aparentes.

Finalmente, nosotros mismos aprendamos a descubrir los propios límites y seamos honestos tratando de rendir hasta donde podamos, no más, pero tampoco menos. Recordemos lo de San Agustín: “Haz lo que puedas y pide lo que no puedas para que puedas”.

 

Por JORGE NARDI