LA VIGENCIA DEL LUNFARDO
El lunfardo es una modalidad lingüística originada en Buenos Aires que se extendió a Santa Fe, Rosario y Montevideo, quizás por la actividad portuaria y la masa inmigratoria proveniente del Viejo Continente, hacia fines del siglo XIX y principios del XX, en la zona del Río de la Plata. Toma sus términos del dialecto genovés (bacán), del inglés (espiche), del argot francés (franelear), de palabras de origen indígena –quechua (pucho), guaraní y mapuche (pilcha), especialmente–, africano (quilombo), gauchesco (piola), recrea palabras españolas usándolas al revés (gotán) o toma palabras del cocoliche -variante lingüística caracterizada por la mezcla del uso del español y de diferentes dialectos italianos en el área rioplatense- (atenti). El lunfardo más cerrado comenzó a usarse a finales del siglo XIX como lenguaje carcelario de los presos para que los guardias no los entendieran, pero pronto comenzó a difundirse en todas las clases sociales, porque su uso era habitual y porque estaba presente en letras de tango y de rock.
La palabra «lunfardo» es de origen lombardo, idioma hablado principalmente en Lombardía (norte de Italia). Hasta principios del siglo xx era frecuente entre las poblaciones italianas llamar lombardi (lombardos) a los hampones, quizás recordando a las invasiones lombardas de inicios de la Edad Media. Para otros la palabra proviene de Occitania (la mafia marsellesa era bastante activa en el Río de la Plata a fines del siglo XIX). Se dice que, en Occitania, los migrantes procedentes de la Lombardía eran tratados de delincuentes; según Otilia Da Veiga, presidente desde 2014 de la Academia Porteña del Lunfardo, como en las ciudades de Lombardía había muchos prestamistas y banqueros, la gente humilde de Italia decía que los lumbardi (lombardos) eran ladrones.
Diferentes especialistas sostienen que el lunfardo es un habla gremial, o argot de malvivientes y delincuentes que lo utilizaban como mecanismo de comunicación para cometer delitos o planear fugas de las prisiones, por lo que tenía una finalidad utilitaria.
Según Jaime Mercado, el lunfardo es un léxico, no una lengua, ya que «para que un sistema de comunicación sea lengua, es menester que contenga todas las partes de la oración». Tiene sustantivo, adjetivo y verbo, pero carece de artículos, pronombres, preposiciones y conjunciones. Conde afirma que todo lunfardismo es argentinismo, pero que no es fácil establecer la diferencia entre ambos y así no pertenecen al lunfardo «bombacha, campear, corpiño, factura, feta, milanesa, empanada, colectivo, pedregullo, yuyo», porque «no revelan, como suele suceder en el lunfardo, una actitud ni lúdica ni transgresora». También dice que se podría cuestionar la inclusión en el lunfardo de palabras del habla popular como «abrochar, aguante, bagarto, bardear, canuto, canyengue, curtir, fisura, joya, moco, partusa o psicopatear».
Los principales recursos del lunfardo son: el empleo de palabras desplazadas semánticamente de su significado en español (la connotación se inspira en una relación física o espiritual que puede ser deducida del contexto, aunque no haya unanimidad en el uso; toda connotación produce una metáfora; por ejemplo, botón significa agente de policía, en referencia a los botones del uniforme a fines del siglo XIX y también se llamaba «botones» a los asistentes en hoteles de alta categoría donde los obligaban a usar un uniforme con botones dorados; la expresión ¡Hay más botones que ojales! se empleaba cuando había mucha presencia policial) y la polisemia (una misma palabra con varios significados; por ejemplo, acamalar es ahorrar y también mantener a una mujer).
Provienen del lunfardo refranes (alborotar el avispero, al pelo, a otro perro con ese hueso, de pocas pulgas), locuciones adverbiales (a la bartola, al voleo, al divino botón, al contado rabioso, a los ponchazos), interjecciones (eco, canejo) y verbos (afanar, apolillar, bancar, amurar). Estos últimos tienen la particularidad de que pertenecen sólo a la primera conjugación (-ar).
El lunfardo, que tiene su propia efeméride desde el año 2000 (5 de septiembre), trascendió las fronteras y se extendió a Chile, Paraguay, Bolivia y Perú. Desde sus orígenes, algunos términos dejaron de usarse y otros se modificaron, pero permanecen en la lengua coloquial y los usamos casi sin darnos cuenta; existen más de ocho mil voces lunfardas. Quizás algunas de estas palabras están incluidas en algo que dijiste, que vas a decir o que estés pensando decir: pibe, mango, mina, atorrante, bardo, guita, bondi, biaba, pilcha, changa, chamuyo, fiaca, morfar, trucho, chabón, yuta…
Por MARCELA RUIZ – Profesora de Castellano, Literatura y Latín / Escritora