No quiero ser joven, no quiero ser “más” joven. Quiero ésta, la edad que tengo, los años que voy a cumplir. Cuánta vida vivida y por vivir, cuántas ganas, cuántos sueños.
Nos hemos acostumbrado a hacer un elogio desmedido de la juventud, yo quiero hacer un elogio de la edad. Contarles a los de veinte o treinta que hay mucho por descubrir después de los cincuenta, que no se pierde la capacidad de maravillarnos, más bien lo contrario.
He notado que cada vez con más frecuencia el ala de la maravilla se posa sobre mí, me invita, me lleva.
Qué importancia tiene si un vaso está mitad lleno o mitad vacío, claramente hay espacio para más vino, eso es lo que veo. Más de todo, embriagarnos de lo bueno que se nos ofrece.
¿Por qué ser implacables cuando nos miramos al espejo? ¿Por qué no serlo cuando nos miramos el revés de nuestro cuerpo, que es el alma?
Si latimos como a los veinte en envases de cincuenta, es lindo, es raro, es lo que hay. ¡Es un regalo!
La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo y yo quiero seguir curándome, quiero llegar, sana, a vieja. El tiempo que nos abraza y nos abrasa. Pero si sabemos reinventarnos, renacemos continuamente de nuestras cenizas como gráciles aves fénix.
A cualquier edad podemos volar cerca del sol. Tratando de no acercarnos demasiado para no repetir el destino de Ícaro. Estoy convencida. Se puede amar con pasión, crear, creer, imaginar, soñar, asombrarse, tentarse de risa por simplezas.
Esperemos los años por venir no con la fatalidad de ver al tiempo como un ladrón sigiloso en la noche, sino como un amante fresco y natural por las mañanas.
Más en mi copa, por favor, no tengo ya ganas de detenerme a mirar mitades llenas o vacías, sino de disfrutar de un buen vino… añejado, los mejores.
Por MARÍA ROSA INFANTE.