Prefiero siempre a la gente que se juega, que dice lo que siente aunque pueda chocar. Que toma posiciones. Que no es tibia. Que no trata de quedar bien con Dios y el otro.
Me gustan las personas que no son complacientes. Que no andan todo el día con una sonrisa colgada, sospecho cuando es así.
Elijo a las personas que te critican de frente, lealmente, con o sin afecto, pero en la cara.
Me encantan las personas imperfectas de vidas imperfectas, las siento más cercanas y humanas.
Me gustan también aquellos que se permiten incoherencias de vez en cuando, que sin cambiar de principios pueden cambiar un parecer.
Admiro y trato de rodearme de gente con vuelo, la otra me deprime y aburre.
Me gustan los que se ríen de sus errores pero tratan de corregirlos. Me gustan los torpes porque me identifico. Me encantan quienes sienten apasionadamente, sin términos medios. Quienes no tienen todas las respuestas pero son eternos (no molestos) preguntones.
Me enamoran aquellos que se sorprenden, que piden ayuda, que la dan. Aquellos también que no son egoístas con las recetas, jamás podré entender el hecho de celarlas.
Me gusta la gente generosa y aquí hablo de lo material con exclusividad, aunque difícilmente un avaro pueda amar generosamente.
A los que te abren las puertas de su casa sin remilgos.
Prefiero a quienes callan consejos que no se les pide y a aquellos que más que un sermón te dan un abrazo.
Otra vez, me gusta la gente que asume su tristeza y no la disfraza y sin embargo es optimista y se ríe con franqueza.
Me maravilla la gente que sueña aún con ochenta años, que se desvela por cumplir sus sueños, que no hace de la juventud un culto.
Que trata con respeto y cariño a los nenes, a los viejos y a los animales.
Aquellos que tratan con consideración a los mozos o a cualquier persona que por algún motivo deba servirnos aunque no me guste la palabra.
Me gusta la gente simple pero también la complicada, pero huyo de los ni.
Prefiero los barulleros a los silenciosos, los expresivos a los indolentes, los besuqueros a los distantes.
Me maravilla la gente que tiene siempre un comentario alentador en la punta de la lengua y que lo dice con sinceridad. Aquellos que no necesitan acaparar la atención.
Adoro a quienes me hacen reír hasta que me duele la panza. A quienes me emocionan hasta las lágrimas. A aquellos que saben aceptar una disculpa y que se guardan el orgullo donde no les da el sol al momento de pedirla.
Me gusta la gente que ayuda en silencio y no “pour la galerie”.
Aquellos que tienen en las calles pequeños gestos de gentileza casi olvidados.
Los que se dan cuenta cuando ubicarse en el último lugar. Los que brillan pero dejan brillar.
Los que hacen lo imposible si lastiman a alguien para curar la herida.
Amo a los que son sinceros, sin dobleces, políticamente incorrectos si hiciera falta. A los defensores de causas justas. A los de causas perdidas también.
A los que luchan contra molinos de viento y a los que cabalgan y hacen que espectadores ladren.
Son esas personas las que me gustan. Y pienso que con ellas el mundo sería (todavía) mejor. Al menos, en mis sueños.
Sí, señor. Esa gente.
Por MARÍA ROSA INFANTE.