Cada quince días salíamos a navegar. El barco, primer portaaviones argentino “ARA Independencia”, nos llevaba hasta el Golfo Nuevo para realizar prácticas de descenso y despegue de aviones. Permanecí dos años en su cuerpo, por momentos se me hizo que toda mi persona formaba parte de su estructura, el bombeo de su corazón de acero, me llegaba a través del esfuerzo de sus turbinas y rompiendo olas en su monótono cabeceo, me señalaba que debajo de su quilla resonaba con furia el gran mar argentino. Después, cuando bajaba a tierra y le echaba un vistazo de “hasta luego”, me quedaba su figura quieta y poderosa como el amigo al que le confiamos el cuidado de nuestra casa.
Pasaron los días y los años y sin perder el sabor del agua salitrosa que una vez mojó mis labios, una pena desolada me sacudió los recuerdos, lo descubrí, estaba en pleno desguace, se moría lentamente sobre las aguas que no eran las suyas, el Río Paraná, quieto y silencioso, sabía de su enfermedad y se esforzaba inútilmente por mantener a flote sus últimas cuadernas.
Pasó el tiempo y me entero que un submarino inglés torpedea nuestro “General Belgrano” Yo sabía del frío de las aguas y la ferocidad de las olas. Murieron muchos.
Ahora, sorpresivamente, una nave argentina custodiando las aguas de nuestro territorio “ARA San Juan”, desaparece sumándole dolor a los espacios todavía cicatrizándose.
Hace muy poco nos reunimos los marinos de la clase “1938” y por supuesto, hablamos del tema. Octogenarios ya y algunos pocos, los que
quedamos, con la memoria roída por los años, apresuramos nuestros pronósticos. Alguien se esforzó en decir: -Nuestras costas son las más largas del mundo, protegerlas es utópico, necesitaríamos cincuenta torpederos y varios submarinos para el cuidado de la plataforma, invadida por ladrones de peces y otras cosas. Y después agregó:- Las naciones superpobladas se pondrán de acuerdo y una mañana nos levantaremos para descubrir que seiscientos o más buques los están vaciando de personas que ocuparán toda nuestra Patagonia. Y entonces: ¿Qué haremos?
Pero hubo uno que opinó:- Y si comenzamos construyendo nuestras propias naves? Sobra imaginación y creatividad. ¿O no? Una vez un presidente argentino hizo que se formaran ingenieros aeronáuticos para que el país fabricase sus propios aviones. ¿En que terminó eso? Lo derrocaron. Brasil contrató a todos esos profesionales y hoy día es el tercer país del mundo fabricando aviones; y lo peor es que nosotros se los compramos.
Como todos aquellos que tuvimos la suerte de servir a la Armada sentimos por el mar el mayor de los respetos.
Por ARMANDO ABEL CAVALIERI.