Estos están todos locos, le dice Lisandro a Sergio mientras se muerde el labio inferior, levanta las cejas y sacude la cabeza como señalando hacia el grupo que está a veinte metros de su mesa de piedra.
¿Sabés cuánto hace que los veo pasar por acá? Esto empezó en los 80 o fines de los 80, cuando los Rodríguez donaron este caserón al municipio y entonces inventaron este grupo de ayuda para locos. Bueno, ellos lo llaman <<Terapia Alternativa de Motivación para Vivir Mejor>> o algún nombre así ridículo y moderno, valga la redundancia, de los que se usan ahora para juntar a un par de chiflados y ponerlos a pintar con colores y armar figuras de plastimasa. Todo eso mientras esa, la morocha de rulos finitos de allá, canta y toca la guitarra.
Canta horrible la pobre, a mí no me gusta. A mí me gusta el silencio.
Últimamente acá son siempre los mismos.
Ese de camisa a cuadros es Guillermo, vino hace un par de meses por un lío con la jermu. Parece que volaron cosas por la casa y que en una de esas se lastimó uno de sus nenes y entonces lo trajeron acá a pintar mandalas de colores. Casi que no habla con nadie Guillermo porque le da vergüenza lo que hizo. La única que le habla es Alexia, la pibita que está al lado. Esa vino por alguna porquería, estoy seguro. Alguna de esas que toman los chicos de ahora en esas fiestas que son puro bochinche, viste. Es buena la criatura, no tiene problemas con nadie y se acerca a todos. Además tiene una familia numerosa que viene a visitarla todos los domingos al mediodía. A Guillermo no lo visita nadie.
El que está sentado allá debajo del limonero es Gerónimo, lo único que hace es leer libros. No sabés a la velocidad que termina las lecturas ese hombre. Come con los ojos. La semana pasada lo vi con un libro gordo de filosofía sobre las piernas y a los dos días ya andaba buscando otro en la biblioteca que armaron adentro. Una luz el tipo.
Y la vieja que está ahí tejiendo te diría que se llama María Teresa pero uno nunca sabe. Un día te dice eso, al otro día se llama Alicia, un día tiene ochenta y siete años y al otro día te dice que tiene diecinueve. ¡Diecinueve, ja! Tiene diecinueve años en cada cana, María Teresa. O Alicia, vaya a saber uno cómo se llama.
Pero acá es así, Sergio, están todos locos. Son buenos, no digo que no, cada uno tiene su historieta. Cada uno eligió tomarse un tren que lo dejó varado acá y algunos aceptan el nuevo destino y otros no, otros no se resignan a que el tren no pasa más y se desesperan por volver. Y hablando de trenes, ¿Vos ves alguna estación por acá, Sergio? ¿Ves alguna vía, algún andén? Te pregunto porque había un hombre, el loco Andrés, que todas las noches se despertaba a las tres de la mañana gritando que alguien frene ese tren que no sé a quién se estaba llevando. Acá adentro lo llamaban El Loco Andrés, imagináte.
Acá uno no se puede confiar de nadie porque parecen todos normalitos hasta que una mañana te despertás con unos dedos huesudos y temblorosos alrededor de tu cuello.
Ya me pasó.
Y aprendí, Sergio.
Por eso no confío en nadie y me mantengo lejos.
Sólo confío en vos.
Porque vos me acompañás siempre, desde que somos chicos y sos calladito.
Y a mí me gusta el silencio.
Por GINA PENELLI