Nada que ver con aquello de: “hágalo usted mismo”. Esto es distinto. ¿Cuántas personas saludan al entrar a un negocio? Piénselo. En una de esas, ni usted ni yo lo hacemos: ¿o sí? Bueno, no importa. Lo interesante sería que nos demos cuenta de las oportunidades que perdemos negándole a los demás, una atención que deberíamos tener para convertirnos en seres de buen gusto. Analícelo. No cuesta nada. ¿Qué pueda haber quienes no nos respondan?. ¡Seguro! Pero usted, manténgale abierta la ventana al alma, que es por allí dónde entran los buenos gestos. Esas pequeñas acciones, la de todos los días, terminan transformándonos en individuos valiosos.
Mire, le cuento algo que me parece interesante. Últimamente sufro de sensaciones raras, pero maravillosas. Días pasados, en una conversación con un amigo, me comentó la falta de cariño que las mujeres tienen con uno. -¡Caramba- se lamentaba – trabajo todo el día, me parece que merezco algunas consideraciones!
-Mira- le contesté- esas cosas se solucionan muy fácil, llegas a tu casa, le das un beso a tu mujer y le decís: “te quiero mucho”, y vas a ver cómo todo cambia.
-¡Qué linda ayuda que me das! -me respondió- ¡Seguro me va a decir que estoy loco y encima me va a encajar un bife!
No tuve oportunidad de preguntarle cómo le fue, pero me interesaría saberlo.
A raíz de las cosas que escribo, muchas personas recuerdan lo que digo. ¡Y saben dónde me lo confirman?: al cruzar la calle. Suelo encontrarme con una fila interminable de autos y todos pasan sin darse por aludidos, como si estarían buscando a una partera, pero por allí, algún extraterrestre, se detiene y me cede el paso. Yo “como un señor inglés”, le levanto el pulgar, tipo emperador romano en pleno Coliseo, y le echo una sonrisa. ¡Fíjese! En un soplido, dos personas nos beneficiamos.
Tenemos a nuestro favor todas las posibilidades para mejorarnos. Hagamos la prueba; mientras transita cualquier vereda, especialmente las céntricas, seguramente encontrará tirado plásticos, papeles, todos abandonados por transeúntes desacostumbrados a la práctica de la buena convivencia ¡Levante alguno de ellos y diríjase hasta el cesto más cercano y deposítelo! ¿Sabe quién es el primer beneficiado? ¡Usted, por supuesto! Después que lo hizo, se va a sentir distinto. Aprovecho para agregar, que alguien, seguramente lo estuvo observando, y por allí entra el contagio.
Si escucharan el grito que daré al contarles de lo que fui testigo, no se lo imaginan.
Una niña, algo así como de seis años, caminaba con su madre mientras le iba quitando el envoltorio a una golosina. Quise enterarme lo que haría con el papel, para observarla en el caso que lo arrojara sobre la acera. No fue necesario. Se acercó a un cesto y me emocionó lo que hizo: estiró la manita y lo dejó caer en su interior. ¡La felicité! – Yo le enseñé a que lo haga- me confesó la madre.
Cuando nos proponemos darle forma a la pasta interior, ésa que brota producto de una buena acción, inmediatamente nos proyectamos al mundo del placer. Un universo que se puede disfrutar, sin la ayuda de ninguna “yerba”. Se trata de un producto, alcanzable, fresco, que elabora el espíritu para complacer al que lo solicita.