¿POR QUÉ A LA GENTE NO LE GUSTA SU EDAD?

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Moreau de Jonnés, investigador estadístico sobre censos civiles en Francia, después que se publicara en 1856 su trabajo titulado “Elementos de estadística”, comentó desilusionado: “Es casi imposible establecer con precisión más o menos aceptable la edad de las personas porque algunos dicen no lo sé, y otras la ocultan”. La dificultad surgía con las mujeres y con los ancianos. Es una evidencia que las mujeres madurescentes en todas las épocas han tratado de ocultar su edad, y una parte de los ancianos tienden a exagerar y aumentarse varios años. Mi amigo Gilberto Krass, me dijo en distintas oportunidades que tenía 95; yo sabía que contaba con algunos menos. La madre de un amigo, decía con una inocultable expresión de orgullo, que tenía 90 años, cuando en realidad tenía 85. Esta suele ser la desesperación de los demógrafos abocados a los censos. Hay quienes olvidan algo importante: nunca se debe preguntar a una mujer su edad, especialmente si dejó atrás la juventud. Sólo una persona que no se pone en la “piel” de las mujeres puede considerar que la coquetería femenina es un prejuicio. En cuanto a los ancianos que se agregan años, ¿se lo puede considerar “egocentrismo longevo”? En igual medida, hay hombres maduros que tratan de ocultar su edad, pero el crecimiento del abdomen, la calvicie, las canas y otros indicios delatan el paso de las décadas. En las mujeres: rollitos, arrugas, flacidez entre otras evidencias, anuncian que la madurez llegó para quedarse. ¿Qué hacer ante el indetenible tic-tac del reloj cronobiológico? Surgen dos opciones: la aceptación de la propia edad con criterio realista o la “preferencia y elección” por otra edad menor. Estoy haciendo referencia a los dilemas emocionales y motivacionales de la autoconciencia evolutiva, las subterráneas causas cognitivas y conductuales que determinan tales comportamientos, (omito a niños y adolescentes que ansían tener más edad). De las problemáticas que he citado se ocupa la Psicología de las Edades de la vida. El tema es de una vastedad casi ilimitada; tiene dimensiones históricas, culturales y psicológicas. Aún más: para los antiguos griegos, las edades tenían implicancias filosóficas; pero, con un agregado nada filosófico: los varones atenienses adultos tenían terror al paso de los años. Ahora, sólo me propongo hacer algunos comentarios sobre el tema de las edades. Las implicancias del paso de los años con el inevitable envejecimiento, preocupa y genera dilemas que incluyen a millones de seres humanos, época ésta en que la apariencia estética tiene un lugar central para muchísimas personas. Hace un tiempo, en un artículo anterior, había hablado sobre la Dismorfofobia Social, un estado emocional, en el que la persona se avergüenza de partes de su cuerpo y trata de taparlas o atenuarlas. Las complejidades de las edades abarca preocupaciones y dilemas que incluyen a millones de seres humanos, tiempos éstos en que la apariencia estética tiene un lugar central para muchísimas personas. En este artículo voy a referirme a la población etárea que ocupa, según mi criterio, un lugar primordial en la vida social y familiar: el sector que abarca a hombres y mujeres que están entre los 40 y 60 (años más, años menos). Son la base de apoyo para niños, adolescentes y ancianos del grupo familiar. En mis largos años de práctica de psicoterapeuta he escuchado problemas, miedos y esperanzas que agobian a la gente. Soy consultado para proporcionar ayuda y orientación; ellos y ellas, no son ni muy jóvenes, ni son ancianos; están en la madurez, en esos años que deberían ser los mejores. ¿Qué los abruma? Se sienten angustiados y confundidos en una etapa de sus vidas en que pueden hacer uso de sus potenciales recursos psíquicos, pero algo se los impide. Lo que descubren en el transcurso de la terapia, es que esos mecanismos de freno internos llevan allí muchos años aunque no los sintieran porque todavía predominaban los impulsos y las energías de la juventud. Pero ocurre, que ha medida que comienza a menguar la vitalidad exuberante de los años jóvenes y se hacen más complejas las responsabilidades y obligaciones de la vida, esos mecanismos de freno, comienzan a ganar el centro de la escena de sus vidas cotidianas. El debilitamiento de las defensas mentales se hacen presentes en nosotros al debilitarse el optimismo y el fuego de la juventud. Esas defensas deben reforzarse si queremos que nuestros años de madurez sean lo que deben ser: los mejores años de nuestra vida. Y sólo hay un modo de conseguirlo: tenemos que aprender a conocernos a nosotros mismos. ¿Los mejores años de nuestra vida? Sí, porque tenemos la experiencia vivida para aprovecharlos y disfrutarlos. Un paciente me decía: “Para mí, disfrutar momentos de buen humor con la familia y también con los amigos, significa un sostén emocional importante; siempre encuentro un espacio para compartir”. Sí, buscar placer y buen humor compartido es fundamental; de lo contrario, la vida se pone muy, muy pesada. El disfrute de las buenas cosas consiste en el equilibrio. Equilibrio entre las grandes fuerzas del amor y las fuerzas subconscientes de la frustración que habitan en nosotros. Las recompensas del autoconocimiento son enormes. Para que esa comprensión del equilibrio como recompensa sea posible, existe un lugar para tomar conciencia de ese autoconocimiento: el consultorio del psicólogo. Actualmente hay métodos psicoterapéuticos de avanzada que facilitan el precioso tiempo para detenerse a meditar, a razonar. El método EMDR- Focusing es una ayuda rápida y eficaz. Cuando más complicados y urgentes de solución son los problemas, más es necesario detenerse a pensar. Allí, en el consultorio del psicólogo, existe un ambiente de silencio relajado (muy importante para pensar), y hay un profesional que no juzga ni cuestiona, en síntesis, un lugar donde el consultante será comprendido, escuchado y, si es necesario, aconsejado criteriosa y respetuosamente.