MORIR DE AMOR (Y NO POR SU FALTA), por MARÍA ROSA INFANTE

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MORIR DE AMOR (y no por su falta)

Hace frío y las soledades calan en los huesos cuando tirita el cuerpo. Tiembla el alma, se estremece, trata de abrazarse a sí misma para darse calor, pero no hay caso.
Vayan a buscar a los viejos de la familia, vayan a verlos, a visitarlos, a darles eso tan preciado: TIEMPO. Vayan con las manos vacías, no hacen falta regalos. Tal vez un chocolate blando en el bolsillo, pero las manos libres para acariciarlos. La falta de contacto les seca la vida.
Les basta poco. Un pan en la leche, unas vainillas dulces y mórbidas. Una fruta madura, una sopa como aquellas de las casas de la infancia.
Vayan a buscarlos, quienes tengan la dicha de tenerlos aún, llévenles una palabra buena, el obsequio de escucharlos, un pañuelo sencillo para los ojos siempre acuosos.
Háganlos sentir importantes, una hora de las nuestras, apuradas, ajetreadas, son días para ellos de recordar el encuentro, de evocarlo, de detenerse en los detalles.
Necesitan tanto la gentileza, la paciencia, la dulzura. Y sí, pueden ser obcecados como los niños, caprichosos también, porque la vida es así y es un círculo, si Dios así lo quiso, por algo será. La forma perfecta.
Les ruego que lo hagan, que perdonen alguna ofensa si hubiera existido, que no teman a la angustia de verlos irse de a poco. Peores son las tristezas y los remordimientos por no haber estado.
Vayan, los que pueden, los míos ya se han ido y me faltan. Siento nostalgia de unas manos apergaminadas, de una voz lenta, de esas historias repetidas hasta el hartazgo. Antes me molestaban, hoy daría días de mi vida por escucharlas otra vez. Por la posibilidad de llenar huecos de la historia pasada, por la chance de la memoria oral que riega las raíces y hace florecer milagros familiares.
Si hay que morir de algo, que sea de amor. O con amor.

Por MARÍA ROSA INFANTE