HAY QUE TENER AGUANTE…

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El año pasado mi amigo Turi enfermó de cáncer. Estuvo internado en aislamiento riguroso; la actividad tumoral había vulnerado su sistema inmunológico. En otros momentos, cuando el cáncer no estaba en los pronósticos, cada vez que nos encontrábamos hablábamos de las ricas experiencias humanas. Turi  (Arturo) amaba la vida en toda su diversidad. Fue el propietario del primer gimnasio que se abrió en Rosario; lo heredó de su padre, un obsesivo de la perfección física. Durante 50 años Turi se dedicó a su querido gimnasio. Teníamos prolongados diálogos sobre las problemáticas por las que solemos transitar las personas. Me daba placer escucharlo; mi amigo hablaba sin apuro, sin urgencias, con voz pausada y reflexiva. En el epílogo del libro que escribí sobre la crisis del varón en la edad madura, reproduzco una reflexión de él; le pedí a Turi que me diera su opinión sobre las exigencias a las que es sometido el hombre adulto. Su respuesta fue: “En época de crisis, el hombre necesita sentirse fuerte. Cuando existe la sensación que todo se va a caer, la pregunta es: ¿qué queda en el fondo?: quedo yo. ¿Cuáles son los recursos que le quedan?: los propios, sus propias fuerzas, su propia inteligencia. Y esto no lo razona a nivel conciente, no es una reflexión a la luz de la vela y escribiendo con pluma de ganso. Entonces, el hombre sale a buscar cómo acrecentar sus recursos. Las crisis vuelcan los varones a los gimnasios. El hombre adulto debe soportar la rutina, el estrés, las dudas que suelen presentarse; esas cosas tienden a absorber y menguar sus energías, y eso es una señal de alarma que lo impulsa a ponerse en movimiento. El gimnasio es uno, no el único, de los modos que adopta el hombre para estar fuerte y dar pelea a la incertidumbre de no tener certeza  de lo que vendrá”. Una cuestión fundamental nos unía a él y a mí: el respeto y el interés por la condición humana. Turi, además, trabajada en la rehabilitación  de personas que padecían lesiones corporales producidas por traumas físicos. También trataba a quienes habían sufrido accidentes cerebro-vasculares. Por su cálida y abierta personalidad, llegaba al corazón de la gente, lo cual le había abría la preciosa puerta que le permitía conocer el alma humana. En sus años jóvenes había sido predicador cristiano. Me sorprendía su creativa interpretación de La Biblia; en nuestras charlas, según fuera el tema, a veces, solía evocar con admirable memoria parábolas bíblicas; lo hacía con frescura, despojado de un criterio monótono y libresco. A veces tomaba experiencias de los pueblos antiguos para compararlas con la actualidad. En los días finales de Turi, tuvimos dos encuentros; en el primero, la charla fue amena y prolongada. En la otra, le dije que le iba a leer algunas reflexiones sobre la vida. Conversamos brevemente; me dijo que cerraría los ojos y escucharía mi lectura; estuve leyendo durante una hora. Era el día del amigo, fue la despedida. Estos dos encuentros están grabados para siempre en mi memoria. Las enseñanzas que surgieron de allí valen más que todos los libros que he leído y leeré en el futuro. Rescato las siguientes reflexiones de Turi: “Raúl, en la vida lo más importante es tener aguante; en ese recorrido, periódicamente surgirán situaciones complicadas, algunas de ellas dramáticas; esos “palos en la rueda” pondrán a prueba tus recursos y tus fuerzas”. Otra: “Disfrutá la vida todo lo que puedas, porque quizá surja una situación que no te deje opciones, una situación que te ponga en un callejón sin salida y te haga pensar: es demasiado tarde”.  Otra: “¿Por qué no me retiré 10 años antes y me dediqué a hacer cosas que me gustaban y que definitivamente postergué? Estas reflexiones me hicieron recordar lo que una paciente afectada de un cáncer terminal me dijo en una oportunidad refiriéndose a personas que se quejan por pequeñeces: “No saben la suerte que tienen”. Hay algo que me conmueve de los seres humanos que tienen enfermedades terminales: todo lo material, lo superfluo queda a un costado; la persona se torna un ser que vive en estado de espiritualidad casi pura. Yo sentía que me vinculaba con el alma de Turi; él me hablaba con el corazón. A una parte de la gente les resulta difícil identificar lo que de verdad les alegra, lo que de verdad necesitan y desean porque han dejado de prestar atención a sus sentimientos. El ser humano suele convertirse en una caña frágil que se quiebra por angustiosos episodios; experiencias que tendrían que ser útiles para reflexionar y replantearse positivamente su vida. Pero, el miedo a encontrarse con sus emociones y con situaciones que prefiere no asumir, los hace continuar padeciendo por miedo al cambio, continuando en una sufriente prisión de la cual no están dispuestos a salir. Algunos llegan a la conclusión de que es demasiado tarde. ¿Será así? Ignoran que esas prisiones emocionales suelen producir enfermedades orgánicas, incluso enfermedades graves: el sufrimiento psíquico al no ser hecho conciencia, se aloja en los tejidos de algún  órgano. Consejo: viví  tu vida y olvidate de tu edad. Yo, no me veo como una persona en el otoño de la vida. Cuando me afeito cada mañana, me miro detenidamente a los ojos y me digo “ahora me observo observándote”, y el espejo me devuelve la mirada de una persona esperanzada, con el fuego del entusiasmo intacto. Los años no me han envejecido, porque yo no lo he permitido.