Ilda Carletti tiene 80 años, vive en Chabás y está convencida de que no hay edad para cumplir un sueño. Después de atravesar la llamada tercera edad entre jornadas de buceo, vuelos en helicóptero y hasta en parapente, se decidió a una nueva aventura: lanzarse en paracaídas. La hazaña fue en el aeródromo de Cañada de Gómez y junto con Paracaidismo Rosario, una empresa que ofrece la experiencia de saltos de bautismo o de cursos intensivos de la actividad. No estuvo sola, junto con ella, su nieto Bruno y el novio de su nieta, Gaspar, también se tiraron.
Ilda nació el 30 de diciembre de 1942. Tiene dos hijos, Paulina (55) y Martín (53), que le dieron cuatro nietos. Todos viven en Rosario. Pero ella no abandonó Chabás, donde nació y vivió siempre, y donde trabaja como peluquera desde los 16 años. Su negocio tiene un sugestivo nombre: Guarda con la oreja. «Y sí, alguna oreja alguna vez habré cortado, incluso me acuerdo que a una anciana le rompí el audífono», confiesa. Pero además, vende productos de cosmética natural, que reparte en bicicleta a domicilio.
Nadie la convenció de esta locura. Desde chica, cuando ni había televisión, ella veía en el cine esas películas, seguramente de guerra, donde los paracaidistas caían en medio de unas noches inventadas. «En cada uno siempre queda alguna ilusión, que se prolonga a través de la vida, la mía era esa», rememoró. Después la vida la fue llevando. Vinieron los hijos, los nietos, «las crianzas», como ella dice.
Pero eso no le impidió, ya siendo mayor, cumplir algunos otros sueños. En Puerto Madryn hizo buceo, también se arrojó en parapente, viajó en helicóptero en Ushuaia y hace diez años se dio el gusto de viajar a Cuba. «No quería ir a la parte turística, fui a La Habana, a conocer la Cuba profunda», cuenta. Volvió con la misma idea de ese país con la que había ido, la de un país y un pueblo castigados, aunque rescató muchas cosas. «Un día vi a un muchacho bailando, tan contento que no lo podía creer. Le pregunté cómo hacían para estar así, pese a todo lo que pasaba el país, y me respondió: «Nos pueden quitar todo, menos la alegría de vivir». Eso me quedó muy grabado». dice. Un día, «entre tallarines», les confesó el sueño de volar en paracaídas a Bruno Conti (20 años) y a Gaspar Sbrascini (23). Y ahí empezaron a pergeñar la aventura.
Bruno fue quien hizo las averiguaciones respecto de con qué empresa o institución podían hacer la experiencia, y eligió después de distintas búsquedas a Paracaidismo Rosario, para volar en Cañada de Gómez. «Yo en realidad fui el último en engancharse,
pero me entusiasmé», cuenta el muchacho que estudia licenciatura en Economía mientras trabaja en un negocio. Gaspar es de Granadero Baigorria y estudia arquitectura en Rosario.
El vuelo
Un viento constante aminoraba el mediodía de este domingo el efecto del sol quemante. El cielo estaba completamente despejado. Ilda llegó al aeroclub con una troupe de gente. Además de sus jóvenes compañeros de hazaña, se juntaron hijos, padres, nietos, novias y etcéteras, todos conocidos entre ellos por lazos familiares y afectivos, dispuestos a acompañar a «la abuela»
– «Abuela, qué coraje que tenés», le dijo una nieta.
– «¿Coraje? ¿Por quée, por no tener miedo de estar allá arriba? ¡Aquí hay que tener miedo de estar abajo!»
El salto lo hizo acompañada por Mariano Aresca, 46 años, un instructor que realiza esta actividad desde hace 19 años y que ya atesora 8 mil saltos. Quería ver cómo estaba «la señora de 80 años» con la que se iba a arrojar. Pero para él no era una novedad. Años atrás, en Pergamino, ya había saltado con una mujer de 83 años.
Ilda llegó con ropa deportiva, una remera y una bandera de Huracán de Chabás, el club de sus amores que compite en la Liga Casildense. Quería sacarse todas las fotos con ese estandarte, pero por supuesto, no pudo hacer el salto embanderada.
El Cessna 182 modelo Sky Lane con capacidad para un piloto y cuatro tripulantes despegó a las 12.30 piloteado por Daniel Rebechi, instructor de vuelo con 10 años de experiencia.
El salto fue en tándem, Ilda voló con su nieto y sus respectivos instructores. Y el momento más esperado, como corresponde, fue su aterrizaje. Previamente, habían tenido una instrucción de 10 minutos. El Cessna alcanzó los 3 mil metros de altura, desde donde se hace el lanzamiento cuando la nave vuela a unos 150 kilómetros por hora. Primero, fue un salto libre de unos 35 segundos, en los que los paracaidistas alcanzan una velocidad de 200 kilómetros por hora. Después, los paracaídas se abren para volar unos cinco minutos más hasta conseguir un aterrizaje suave.
«¡Alguien que me abrace que tengo miedo!», dijo la abuela antes de despegar. «No tengo más que decir gracias a la la vida», gritó cuando aterrizó. Y remarcó: «Esta experiencia se la dedico a mi amiga Iris, que hoy cumple 80 años». Todos sabían ya que Ilda, después de volar, se iba a un cumpleaños. Honrar la vida.
Bruno, su nieto, fue quien hizo las averiguaciones respecto de con qué empresa o institución podían hacer la experiencia, y eligió después de distintas búsquedas a Paracaidismo Rosario, para volar en Cañada de Gómez. «Yo en realidad fui el último en engancharse, pero me entusiasmé», cuenta el muchacho que estudia licenciatura en Economía mientras trabaja en un negocio. Gaspar es de Granadero Baigorria y estudia arquitectura en Rosario.
«No le tiene miedo a nada»
«No le tiene miedo a nada, le gusta todo lo que es aventura», contó su hija Paulina, mamá también de Bruno. Y narró que la madre «se enganchó enseguida» con la experiencia. «Quería cumplir su sueño. Siempre dice que hay que juntarse con la gente joven, le aburren los de su edad», bromeó. La experiencia fue inédita para todos los integrantes de la familia, con la diferencia que Ilda es la única que tiene 80 años.
Paulina admira a su madre porque tiene voluntad. «Ojalá yo llegue así a los 80 años. Pienso que ha sido un poco inconsciente, pero a mí me da alegría porque a ella le alegra y le gusta. Se anima a cualquier cosa, y eso me produce admiración», dijo la hija.
Ilda cumplió con esa fantasía que le sigue desde que era una niña, la de las películas. Ahora fue protagonista. Dice que solamente le queda una cuenta pendiente, que ya está resignada a no saldar: bailar en el Teatro Colón. «Ya no va a poder ser, pero no importa, me di muchos otros gustos y ahora éste. Gracias a Dios tuve una vida linda, tuve una hermosa crianza y un padre muy honesto que antes de morir nos dijo a mi hermano y a mí que no nos dejaba más que el apellido, y que lo cuidáramos. Más allá del paracaídas, del buceo y de todo lo que hice, al fin y al cabo ésa, la de cuidar el legado de mi papá, fue la hazaña más grande».
Fuente: Marcelo Castaños, La Capital