Ya había mencionado en mi artículo “Lo que vendrá”, que los efectos de la cuarentena como factor fundamental de la prevención sanitaria para la protección contra la COVID19, más las consecuencias colaterales en lo socio-económico, nos pondrían ante un severísimo desafío. Alvin Toffler escribió: “El hombre tiene una capacidad biológica limitada para el cambio, cuando se sobrepasa esta capacidad, la misma entrará en choque con el futuro”. La distancia más corta entre el ahora y el después no es una línea recta; el efecto temeroso ante lo desconocido al ver alterado su propia seguridad, adquiere para las personas carácter de trauma. Cuando las necesidades básicas de carácter social: alimentación, salud, trabajo, afectos, seguridad y estabilidad en las condiciones de vida, recreación, educación, acceso a la cultura, protección de los ancianos y de los niños y sus juegos, que, ante la situación amenazante de una pandemia son necesaria y obligatoriamente recortadas, inevitablemente producen fuertes inhibiciones en las personas individualmente y también en el ámbito familiar y social, neutralizando la satisfacción de necesidades, intereses y deseos que en épocas de pre-cuarentena eran parte natural de la vida cotidiana. El aislamiento, aunque es voluntario y consciente, genera en una parte de la población alteraciones y distorsiones de la percepción de la realidad circundante. Se ha producido un contrasentido: por un lado la utilísima información de los periodistas, epidemiólogos e infectólogos instruyendo sobre cómo cuidarnos para no contagiarnos, y por el otro, una parte de la gente que pasa una gran parte de su día viendo y escuchando información no sólo de nuestro país sino también del mundo sobre las estadísticas de la pandemia lo cual agudiza los estados de angustia, las ansiedades, el miedo, la desesperanza, produce empobrecimiento del lenguaje como consecuencia de que una parte de la población se recluyó en un nivel primario de supervivencia. El repliegue consciente producto de la situación de emergencia, genera un estado de incertidumbre y desesperanza contagiosos; tan amenazante como el virus tan temido. Estamos ante un cuadro que en psicología se lo denomina Adaptación Paradojal. Este concepto es utilizado no sólo en casos de situaciones como las que he mencionado sino también en otros donde impera un estado de desamparo por aislamiento de duración prolongada e incertidumbre prolongada; la pregunta generalizada e imperante es: ¿cómo sigue esto? La Adaptación Paradojal, es un fenómeno que se origina en el nivel psico-social, se procesa a nivel psicológico y retorna expresándose en el ámbito social y familiar. Se produce así, un estado de alerta permanente, es un reflejo de sobreexcitación del cerebro sometido a estímulos de amenaza externos intensos, físicos y psíquicos continuados, estímulos que han violado los umbrales de sensibilidades y los mecanismos que regulan las funciones neurocognitivas. El ser humano no actúa automáticamente en respuesta a cada situación del medio, sino que actúa de acuerdo con ideas predeterminadas que elabora en función de las situaciones cambiantes, y las probables que es capaz de prever, pero, cuando es sometido a la incertidumbre prologada, donde en el caso de la cuarentena va transcurriendo y prolongándose sin un final cierto, la situación se complica con un debilitamiento del juicio crítico de la realidad. Ejemplo: en los días más duros de la cuarentena, se podían escuchar en los edificios de departamentos, los gritos productos de las peleas de parejas y/o familias. También se observó que había personas, que por temor a salir a la calle, tiraban las bolsas de residuos desde sus balcones; se podrían agregar otros comportamientos asociales. Pensamientos y actos van juntos. La psicología de Jean Piaget es, entre otras, una fuente de información útil para comprender la complejidad del proceso de relación recíproca hombre-medio en los conceptos y dinámica de lo que el eminente psicólogo suizo denominó modelo de asimilación-acomodación-adaptación, un fundamento basal de la teoría psicogenética donde se analizan las series sucesivas y discontinuas de momentos específicos y concretos ante situaciones nuevas en las personas deben relacionarse procurando un equilibrio en las distintas etapas del desarrollo en que se encuentran incluidos los niveles maduros de la edad adulta. Todas estas relaciones pueden ser positivas o negativas, constructivas o destructivas, voluntarias o involuntarias, forzadas, desequilibradas, dificultosas, estimulantes y gratificantes o agresivas y violentas. Las angustias, efecto de una situación prolongada, social, grupal, familiar e individual, constituida por la incertidumbre en la cual está en juego la amenaza de incluso de perder la vida, obligándonos a adaptarnos para proteger nuestra integridad, inmersos en medio de restricciones altamente significativas con un panorama de futuro incierto, ponen a prueba nuestras reservas y fortalezas psíquicas. Se ha podido observar comportamientos de negación y evasión de la realidad, que es un mecanismo de negación y de defensa frente al riesgo de contagio; se expresó en algunas personas con comportamientos irresponsables. Por fortuna, la mayoría de nosotros, asumió la responsabilidad de protegernos y proteger. Nadie se sintió solo aun cuando lograr construir una red inmensa de contención y protección de toda la población de nuestro país tuviera y tiene sus naturales deficiencias ante una situación en la que no tenemos experiencia. La adaptación entonces ha sido esfuerzo de todos y cada uno. La conciencia muchas veces es nuestro último refugio, y esta vez primó con un nivel de responsabilidad admirable desde lo más altos niveles del Estado, pasando por todas las instancias tanto a nivel gubernamental, como provincial, municipal y comunal, a la que se sumaron una inmensa colmena de instituciones sociales de todo tipo que se incorporaron generando una vasta y preciosa red solidaria que abarcó todos los rincones de nuestra Patria haciendo lugar al pensamiento y la práctica participativos. En la fase más estricta del “quedate en casa”, nos resguardanos bajo el gigantesco paraguas de la web, comunicándonos por Facebook, whatsapp, Twitter, Skipe, Instagram, Youtube, mails; formamos grupos de whatsapp, incluso con un humorismo sanamente protector; estuvimos más conectados que nunca antes y saltamos virtualmente los muros del aislamiento. El universal y acariciante “cuidate” campeó por todos los confines de las redes sociales. Entre los límites salud-enfermedad, entre dignidad, colaboración y solidaridad, entre vida y muerte, coincidimos casi siempre con las actitudes de integración y pertenencia a nuestra familia, parientes, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, a la totalidad que siendo uno mismo dentro del conjunto somos Nosotros, incluido el personal de la salud que libra una lucha abnegada, heroica. Todo esto nos está protegiendo de no estar sumidos en la “noche negra” de la desesperación, del miedo al desvalimiento, al desamparo y hace posible observar que más allá de las tinieblas de la pandemia, un potente faro solidario alumbra y nos guía hacia un nuevo amanecer, hacia una nueva aurora.
Por RAÚL LEANI, Psicólogo, psicoterapeuta.