LA ALIMENTACIÓN EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS: SOLTANDO MITOS
No existe evidencia científica de que ciertos alimentos o nutrientes puedan prevenir el
contagio por COVID-19 o curarlo.
Es importante entender que una persona no va a enfermarse de coronavirus por no haber
consumido el “súperalimento”, que, por cierto a veces es el más caro e inaccesible para gran
parte de la población. Ése mismo que recetan los gurús de turno haciéndonos creer que si se
consumen (y compran) ¡van a salvarnos la vida! Quiero aclarar que no siempre se trata de
alimentos caros, sino que a veces recetan tal compuesto de algún alimento más accesible,
pero con el mismo fin: “protegernos de todos los males”…
A ésta modalidad se la conoce como salutismo, que, sumado al oportunismo desemboca en
sugerir “recetas mágicas” en tiempos en donde abunda la preocupación. Además apunta a
hacer sentir culpables a las personas, ya sea por consumir determinados alimentos
industrializados, procesados, ultraprocesados ó por no consumir los que supuestamente
contienen propiedades mágicas, previenen todas las enfermedades y nos salvan de todos los
males.
En estos tiempos es fundamental hacer un llamado a la coherencia.
Repito: No existe ningún alimento que pueda prevenir o curar el COVID-19. Hasta la fecha,
no disponemos de ninguna evidencia científica que lo compruebe.
En épocas de crisis, de caos social, disponer de algún alimento procesado, enlatado, envasado,
empaquetado, industrializado o como le quieran llamar, (además de ser un privilegio para
algunas personas) resulta de mucha utilidad, no sólo por su practicidad a la hora de
consumirlo, dado su largo tiempo de almacenamiento en comparación con un alimento fresco,
sino que también hace que nos quedemos en casa y no tengamos que salir tan seguido a
comprar. Se trata de alimentos no perecederos, muy útiles en estos momentos y también nos
nutren.
Analizando esta situación me surgen algunas preguntas como: ¿cuánto cuesta un kilo de
manzanas o bananas? (por nombrar las de consumo más común) o duraznos, por ejemplo… y
¿cuánto cuesta un kilo de fideos secos ó arroz ó polenta (“industrializados”,
“empaquetados”)? ó un kilo de harina… Éstos proveen hidratos de carbono, los cuales son
nuestra fuente principal de energía. ¿Cuántas personas comen con un kilo de frutas y cuántas
con un kilo de fideos? En situaciones como las que estamos viviendo, ¿qué se vuelve
prioritario en cuanto a alimentación? ¿Sería el aporte energético? ¿Qué lineamientos rígidos
se podrían dejar de lado por un tiempo hasta que esto pase?
Invito a informarse sobre Seguridad Alimentaria y Alimentación en Situaciones de Emergencia.
Volviendo al tema vigente, quienes tienen el privilegio de poder comprar todo tipo de
alimentos y además contar con medios de conservación para los frescos como un freezer
(hablando de una compra responsable, no de llevarse todo y dejar a las personas de la fila sin
nada), es importante hacerlo, incluyendo también alimentos industrializados no perecederos.
¿Por qué tiene que ser una cosa o la otra? ¿Porqué no ambas opciones?
Ó quizá las personas que siguen a promotores muy extremos, con indicaciones elitistas (ya que
la mayoría de las veces, estos mensajes se brindan desde un lugar de privilegios), anti
procesados, anti industrializados, anti grasas, anti azúcares, anti lácteos, anti todo!, ahora
pueden tener tiempo de sobra (si es que tienen el privilegio de no tener que salir sí o sí a
trabajar) para ponerse a elaborar alimentos caseros, y si tienen un pedacito de tierra hacer
huerta, o ponerse a hornear pan, galletitas, amasar tallarines, además de tener un corral con
gallinas por ejemplo. Ahora bien, en este contexto social ¿es posible que todas las personas
dispongan de los medios y el tiempo para realizar una alimentación de este modo?
La vida real para muchas personas es otra… lo “ideal” o las reglas estrictas alejan de lo
posible… de las posibilidades de cada individuo…
Respeto la decisión personal de seguir ciertas formas alimentarias. Mi cuestionamiento es
hacia las posturas que promueven estos modos alimentarios como único medio para ser
“saludables” y que además, critican, avergüenzan y hacen sentir culpables a quienes no siguen
la misma tendencia. Y peor aún si además, dentro de esa “promoción” se encuentran
alimentos caros, exóticos, inaccesibles para muchas personas.
Habiendo tantas maneras de alimentarse en el mundo, tantas culturas diferentes, ¿realmente
es válido afirmar que existe una única manera “correcta”, “perfecta” de hacerlo?
No subestimemos a los alimentos industrializados, así como tampoco nos dejemos llevar por la
industria oportunista disfrazada de “salud” que nos vende alimentos con compuestos que
“están de moda” y pareciera ser que sólo los obtenemos si compramos dichos productos. La
realidad en estos casos es que quien más se beneficia es la industria, por eso apuntemos a ser
consumidores críticos.
Tratemos de dejar de ver las cosas de una manera que sólo divide en dos categorías posibles…
del “bien” y el “mal” , del “bueno ó malo” del “saludable o no saludable”.
¿Qué tal si nos abrimos al pensamiento que no descarta ni una cosa ni la otra? (al que tal vez
según cada caso, aún eso que nos parece “malo” puede ser la mejor opción en este
momento). Al pensamiento de que en el marco de una alimentación “saludable”, pueden
entrar tranquilamente alimentos frescos, naturales con su ya conocida contribución al
bienestar (1), como así también productos de la industria que muchas veces nos facilitan la vida,
ya sea por tiempos de almacenaje, de cocción, por practicidad, porque muchas opciones
resultan más económicas o porque simplemente son la única posibilidad de acceso que
algunas personas tienen y que incluso, en tiempos difíciles, de empeorarse la situación, podría
ser la única opción que tuviera para alimentarse.
Sabemos que no es “saludable” vivir únicamente a frutas y verduras como tampoco lo es vivir
únicamente a alimentos industrializados, ó mejor dicho, no contribuye a nuestra salud
consumir un solo grupo de alimentos. Por eso son importantes la variedad y la proporción.
¿Porqué no mejor incluir en lugar de descartar? ¿No sería más beneficioso para la salud no
solo física sino también mental?
¿Y las personas que no tienen acceso para incluir una gran variedad? ¿Les van a hacer creer
que porque comen un alimento como por ejemplo harina “refinada” es veneno (como muchos
la llaman)? o van a decir que un alto porcentaje de personas no consumen las porciones
recomendadas de carnes, lácteos frutas y verduras. Pero… ¿son accesibles para toda la
población? (2)
Con respecto a la alimentación, lo que tiene impacto en la salud (y sólo en un pequeño
porcentaje) (3) son los hábitos que tenemos (ó que podemos tener) de manera constante.
La salud es muy compleja como para reducir como único factor influyente a un alimento o
cierto grupo de alimentos, así como tampoco es válido adjudicar toda la responsabilidad
individual a la causa de ciertas enfermedades.
(1) Existen ciertas afecciones en donde determinadas frutas y verduras resultan perjudiciales. Por eso no podemos caer en lo absoluto ni en la generalización de que, por ejemplo, todas las frutas y verduras son buenas para todos.
(2) Sé que también existen muchos casos en los que sí tienen acceso pero no los consumen. Quizá habría que pensar otros modos de promover una alimentación variada que incluya alimentos de mayor calidad nutricional. Modos que puedan correrse de los mensajes que categorizan en “buenomalo”; “saludable-no saludable” (en el sentido que los conocemos).
(3) Me refiero a que nuestra salud depende de múltiples factores como ambientales, sociales, emocionales, nivel socioeconómico, acceso a los servicios de salud, acceso a alimentos variados, genética, por mencionar algunos.
Esta situación que estamos viviendo en algún momento va a pasar, no es para siempre y
retornaremos a nuestras costumbres habituales. Por ahora, está bien adaptarse como cada
uno puede en estos tiempos difíciles y con los cuidados que necesite.
Es muy importante en estos tiempos poder reflexionar y encontrar modos coherentes de
encarar la situación. Así como también tratar de soltar ideas absolutas y salutistas, para poder
detectar el oportunismo de quienes nos quieren vender sus productos o recetas mágicas para
prevenir o curarnos, en este caso del COVID-19. Hay mucha desinformación dando vueltas y
hoy se siente más que nunca.
Se trata de no sumar más malestar y ocuparnos de lo que verdaderamente importa.
Ya demasiado estamos atravesando como para estar cargando con culpas innecesarias, originadas por la cultura de las dietas (4), el salutismo y la gordofobia (5)
.
Aclaraciones:
-) La terapia médico-nutricional es compatible con un enfoque sin dietas, ya que es un trabajo en donde si bien hay ciertas consideraciones a tener en cuenta, cada abordaje es individual y esto es, brindar herramientas adecuándose a sus posibilidades, ya sea de acceso económico, cultura, costumbres, disponibilidad de tiempo, gustos, hábitos, modo de vida, patología/s de base, entre otras. En casos de afecciones que requieran ciertos cuidados que tengan que ver con los alimentos como diabetes, hipertensión, dislipemia, entre otras, cualquier pequeña modificación, distribución o combinación puede hacer una gran diferencia y va a contribuir al tratamiento y bienestar en estos momentos. Existen excepciones en donde sí deben excluirse ciertos alimentos o componentes de los mismos como en casos de alergias alimentarias, intolerancias o celiaquía, por ejemplo.
-) Sé que también hay muchas personas que están atravesando una mala relación con la comida y con el cuerpo
(producto de la cultura de las dietas y de los estándares normativos de belleza) ó padecen o están en recuperación de algún trastorno de la conducta alimentaria, ó llevan a cabo conductas alimentarias de riesgo ó ejercicio compulsivo, entre otras, y la están pasando muy mal en estos momentos de angustia, incertidumbre y encierro. Es mi deseo que puedan encontrar el apoyo y contención necesarios por partes de profesionales especializados en dicha área.
(4) La cultura de las dietas es ese sistema de creencias que iguala la delgadez con salud y con un valor moral. Es aquella que oprime a los cuerpos que no cumplen con los ridículos estándares de belleza y normaliza conductas patológicas y restrictivas. Es todo un sistema lucrativo basado en el engaño de que se trata de una genuina preocupación por la “salud”.
(5) La gordofobia es la aversión exagerada, odio e intolerancia hacia los cuerpos de mayor tamaño, así como también el miedo a serlo, ligado a una obsesión por la delgadez. Es toda forma de discriminación y violencia hacia los cuerpos que no cumplen con los patrones corporales normativos. Es todo un sistema que oprime, ridiculiza y avergüenza, el cual está socialmente normalizado ya que se esconde bajo la bandera de “salud”. Es la patologización generalizada a la gordura, que asume que un cuerpo gordo es un cuerpo enfermo y un cuerpo delgado es un cuerpo saludable.Es relacionar la palabra gordo/a con una connotación negativa (burla, desprecio, insulto) y no con un adjetivo calificativo como: alto/a, bajo/a, flaco/a, pelirrojo/a, moreno/a, entre otros.
Por LUCÍA ORTEGA, Licenciada en Nutrición – Mat. 1361/2