AQUELLOS TIEMPOS DEL «RING RAJE»…

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«Tocar el timbre de la puerta de una casa, y salir corriendo».  Dentro de la inocencia de la infancia, se pueden hacer cosas por las que merecíamos escribir cien veces «no debo». Porque el «juego», que hasta tenía nombre propio como forma de describirlo y explicarlo, «ring raje»,  implicaba molestias que no alcánzabamos a interpretar para el dueño de casa que ante el sonido del llamador a su puerta acudía a abrirla,  vaya uno a saber abandonando qué cosa estuviese haciendo en el momento…

Obviamente, la travesura se hacía a escondidas, otorgando ese sabor que da lo prohibido y al mismo tiempo lo que en el fondo sabíamos no debíamos hacer. Y si alguien nos descubría, llámase el importunado dueño de la casa cuyo timbre habíamos hecho sonar un instante previo a la carrera, y ni hablar nuestros padres en nuestra propia casa, había que atenerse a las consecuencias. Que no eran precisamente tan benévolas como escribir «no debo» un centenar de veces…

Claro que los tiempos cambiaron. Y claro que también los «juegos».

De todos modos, tanto han cambiado algunas cosas, que aquél juego de tocar un timbre y volar corriendo hasta la esquina que ofrecía la ochava salvadora, es por estos tiempos de una inocencia tal que si bien no le quita lo no debido lo convierte casi en una tontería más que en una travesura.

Porque por estos días se ha popularizado en Casilda un juego que tiene a mal traer a los dueños de automóviles estacionados en la vía pública.

Parece ser que el tema es más o menos así: un chico maneja una bicicleta, llevando a otro sentado en el manubrio, el que apunta a los espejos de los autos, y cuando acierta con una patada contra el espejo «bajándolo» de la carrocería, suma puntos que luego se contabilizarán y competirán con los puntos logrados por otros bicivoladores/pateadores que llevan adelante tal misión…

Demás está decir que para el dueño del vehículo en cuestión nada de juego tiene la situación. Hoy por hoy, donde todo cuesta y cuesta tanto, tener que reemplazar el espejo de un auto implica un importante dolor de cabeza y de bolsillo.

El tocar timbre y correr, rompía la paciencia de quien acudía al falso llamado. Patear espejos de autos y destruirlos, rompe cosas más tangibles y concretas, y es claro suponer que más allá de las edades de quienes disputan semejante competencia los mismos han de tener conciencia que ese daño se produce, circunstancia que les es indiferente.

Uno podría preguntar dónde estás los padres de estos chicos. Y se somete a recibir la contra pregunta, dónde estaban los nuestros cuando llamábamos a un timbre desierto. Y puede ser verdad…

De todos modos, hay más de una diferencia. Y la principal indudablemente es que en aquellos tiempos no nos hubiéramos atrevido a más, mucho menos a romper ni a dañar. Y que si lo hubiéramos hecho,  la severidad doméstica mucho mayor al «cien veces no debo»  hubiera quedado muy pequeña en comparación a la reprimenda que nos hubiera correspondido.

La pregunta es si eso también ha cambiado con el tiempo.