«CLAVE DE MÍ»
AMOR DE PRIMARIA
«La magia del primer amor consiste en nuestra ignorancia de que pueda tener fin.»
(Benjamin Disraeli)
Yo lo llamo amor de primaria más que amor primero y parecía al vivirlo que jamás acabaría. Me llenaba el corazón de colores brillantes y la panza de cosquillas. Tenía ese dulzor insistente de la inocencia, al recordarlo hoy es igualmente fresco e inmaculado.
Me enamoré antes de cumplir los seis y fui fiel a ese sentimiento de juguete hasta los once, doce años. En una época en que a los once o doce años no solo se era, sino que se vivía como una nena.
Cuando llegué al pueblo hice amiguitos en el barrio, en ese pequeño mundito de la cuadra, a pesar de mi timidez y mi comportamiento insoportablemente caprichoso de “hija menor, tardía, única mujer”. Supieron enseguida -mis amiguitas y amiguitos- que la pibita de la confitería era llorona. Si me miraban feo, lloraba. Pero así y todo, con esa generosidad apabullante de los niños (que también saben ser apabullantemente egoístas), me recibieron e integraron.
Corrían los ’70 y empezaba el cole en una escuela de monjas, mixto. Sonaban marchitas militares a la entrada, quizás como premonición de lo que vendría después. Papá me llevaba de la mano hasta la puerta, me daba un beso con su rubio bigote pinchudo y yo entraba por el portón siguiéndole la mirada mientras él agitaba la mano.
Los primeros días sentía un vacío en el estómago al oír la campana y formar fila. Después en el aula y con la señorita María Ester al frente, se me pasaba. Abríamos el libro Piruetas y me maravillaba aprendiendo a leer.
Creo que fue en la segunda o tercera semana de ese primer grado cuando lo vi, o reparé en él. Y sonreímos y ese sonreír-nos duraría años y eso sería todo. ¡Eso sería tanto!
Era tan lindo y tan bueno y tan tan como la mentada campana que sonaba en mi cabeza peinada raya al medio, dos colitas y flequillo. O cabeza tocada con pañuelito reversible rojo y azul, los días que teníamos gimnasia y formábamos dos equipos. Qué sabía yo de la adrenalina y esas pavadas, solo me asombraba el nudo en el pecho cuando lo veía y se reía.
Mi principito de sueños pudo saberlo o no, creo que lo sabía e intuyo que en una fracción de segundo al menos de esos años lejanos, mi sentimiento fue correspondido. ¿O quiero creerlo ?
Vinieron otros grados y otras maestras, señoritas madrazas que dejaban huellas. Vino la libertad de volver del colegio solos, cuatro, cinco cuadras hasta casa. Qué lindas esas vueltas de la escuela en grupo, levemente despeinados, los cachetes colorados, los zapatos con la tierra del patio donde la Virgen era la estrella, bajo una pequeña pérgola.
Para mí era mágico. Caminar con mis compañeritos, pero sobre todo con él. Si cierro los ojos y evoco el momento, increíblemente puedo sentirlo. Hasta el peso de mi portafolios en la mano. Otra vez, las casualidades nos llevaron a izar o arriar juntos la bandera, y en esa pequeña comunión del momento yo estaba en las nubes.
La magia del primer amor consiste en ignorar que pueda tener fin. No sabía qué era el tiempo, esas dimensiones cuando somos chicos no las entendemos.
Tengo fotos en mi mente que pasan como diapositivas en un proyector y las de ese tiempo de amor de primaria siempre me dejan mirando a lo lejos sin mirar, con una sonrisa.
Los recuerdos son paraísos de los cuales no podemos ser expulsados, alguien sabio lo dijo. Qué bendición tener buenos recuerdos. Primeros. Primarios.
Por MARÍA ROSA INFANTE, Escritora