El ex Newell’s, Boca, Vélez y Estudiantes, entre otros, falleció a los 85 años. Durante su etapa como entrenador escribió la historia más gloriosa de Argentinos Juniors con el título de la Copa Libertadores de 1985.
La pelota está de luto: a los 85 años, murió José Yudica, uno de los entrenadores más emblemáticos del fútbol argentino. Entre 1972 y 1998 estuvo al frente de 12 clubes de nuestro país, Colombia y México, ganando seis títulos, entre ellos, la Copa Libertadores 1985 con Argentinos Juniors.
El Piojo, tal el apodo que recibió cuando dio sus primeros pasos en el fútbol en el club Evita Estrella de la Mañana nació un 26 de febrero de 1936, en la ciudad de Rosario. Fue en Newell’s donde debutó en 1954 y deleitó a propios y extraños con su gran habilidad por la banda izquierda. Y fue después de cuatro años cuando le llegó la oportunidad de pegar el salto, al ser comprado por Boca Juniors. Pero lo que para algunos era todo un sueño y una meta por alcanzar, para él no fue la mejor opción: “Hubiese sido mejor llegar a River. No por gustos personales, sino por el estilo de cada uno. En realidad, yo era un jugador para Independiente o Racing. Boca era el único equipo que no me tendría que haber comprado. Y me compró”.
Tras esto, el Piojo tuvo fugaces pasos por Vélez, Estudiantes, Platense, Quilmes, Deportivo Cali (donde encontraría su segunda casa), Talleres de Remedios de Escalada y San Telmo, club donde se retiró en 1971. Pese a su inteligencia y habilidad, Yudica sólo obtuvo dos títulos en esos 17 años que vivió con la redonda en sus pies (campeón en 1969 con Deportivo Cali y en 1970 con el elenco de Remedios de Escalada).
Pero sus mejores años, o al menos los más gloriosos, estaban por llegar. En Altos Hornos Zapla de Jujuy dio el primer golpe: clasificó al equipo al torneo Nacional. En la Zona B, estuvo a punto de pasar a la fase final: el conjunto quedó segundo, a un punto de Newell’s y por encima de River. Luego, ya en Quilmes, no sólo logró salvarlo del descenso, sino que al año siguiente lo consagró campeón del Metropolitano 1978. Y lejos de quedarse a saborear las mieles del éxito, en 1980 el Piojo partió a Estudiantes, donde estuvo sólo un año para luego regresar a Quilmes –que había perdido la categoría- y devolverlo a Primera. Al año siguiente dirigió su primer y único equipo grande, San Lorenzo, donde repitió su último logró, lo coronó campeón en la B y lo devolvió a la máxima división del fútbol argentino.
En 1985 con Argentinos Juniors alcanzaría su mayor gloria consiguiendo dos títulos y uno de ellos internacional (Nacional 1985 y Libertadores 1985). Años más tarde le llegaría su mayor alegría personal, al consagrarse campeón con Newell’s en la temporada 1987/88: “Me sucedió lo que, quizás, no le sucede a nadie. Ser hincha del club, ex jugador y, además, entrenador campeón. Es como una de esas películas que no se olvidan”. Con ese nuevo título se convirtió en el primer DT de la Primera del fútbol argentino en ser campeón con tres equipos diferentes.
Y pese a que fue al Bicho al que le dio los mayores logros, también fue allí donde atravesó uno de los peores momentos de su vida. Fue en 1992 cuando la barra se acercó a un entrenamiento a recriminarle los motivos de la mala campaña del equipo. Y la fuerte personalidad del rosarino lo llevó a confrontar con ellos y se negó a brindar explicaciones. Ante esto, los violentos comenzaron a agredir a su hijo –era su ayudante- y él respondió sacando un arma y disparando al aire, para luego alejarse a las corridas. Años más tarde, el ‘Piojo’ reconoció: “Hoy haría lo mismo. Cuando tuve problemas, ¿a mí quién me defendió? Nadie. Ni los directivos. ¡Y casi matan a mi hijo! Ellos, incluso, son los que, a veces, te mandan esta gente”.
Pocos años después de aquella desagradable situación, a su regreso del Pachuca de México, su exitosa carrera como entrenador se cortó abruptamente y nadie volvió a llamarlo para dirigir. “Siento que me jubilaron antes de tiempo, pero yo tengo la esperanza de dirigir otra vez. No hago otra cosa que respirar fútbol”, decía, con nostalgia. Hoy el fútbol argentino llora al querido Piojo, que dejó su huella con los botines y en el banco de suplentes.