Igual que su padre, Ertivio Santillán se desempeñaba como estibador. Aquél, desde muy niño, se había afincado en Casilda con su familia; eran oriundos de la Provincia de Santiago del Estero. Las condiciones de trabajo no habían variado desde aquella época heroica de la Colonia Candelaria, cuando su padre don Rómulo trabajó en el memorable cargamento de trigo enviado por Carlos Casado a Londres, el 12 de abril de 1878, en el que Juan Crenna ofició de acopiador, proporcionando la primera remesa del cereal. La misma había sido transportada en tropas de carros hasta la Estación del Ferrocarril Central Argentino de Carcarañá Este, y desde allí había sido remitida al puerto de Rosario.
Para Ertivio, ser estibador fue como una herencia signada por el destino. Hombre de los siete oficios, se desempeñaba en las múltiples tareas que demandaba generalmente la agricultura. En la estación del ferrocarril, donde su menester consistía en descargar las bolsas de cereal o de oleaginosas que las chatas y carros traían desde las chacras desde el rastrojo hasta el lugar de embarque. Las bolsas eran apiladas formando estibas de cuarenta a cincuenta metros de largo, de ocho a diez metros de espesor, y de seis a ocho metros de alto. Las miles de bolsas que formaban las estibas se preservaban con enormes lonas hasta el momento en que se las transportaba al barco o al vagón de ferrocarril.
Estos fuertes hombres calzaban alpargatas, usaban boina vasca, se ajustaban la citura con anchas fajas negras y llevaban un pañuelo grande tejido, cuya punta caía en triángulo por la espalda, a la que cubrían con una bolsa vacía. Algunos usaban un delantal de arpillera o de cuero para proteger sus muslos. En los días calurosos utilizaban un chiripá de lienzo blanco y llevaban el torso desnudo, que brillaba al sol por el sudor. Realizaban su tarea en pareja; mientras uno enderezaba la bolsa y la colocaba en forma tal que al otro le facilitara tomarla, éste la levantaba sobre un hombro con la ayuda de su compañero y se encaminaba hacia el vagón, utilizando la pasarela de un ancho tablón. Al llegar al extremo, el otro compañero la recibía y la ubicaba en la estiba viajera.
Entre idas y venidas, con la carga o libres de ellas, pasaban las horas de la jornada, colmando vagones sin demostrar sentir el rigor de su trabajo, transportando pesos muertos que variaban de cuarenta a sesenta y cinco kilos por recorrido.
Así se ganaba el sustento Ertivio. En sus ratos libres, se ocupada de ocupaba de atender su quinta de una hectárea, situada sobre la margen izquierda del arroyo Candelaria, en un sector del actual Barrio Barracas. Con mucho esfuerzo pudo armar un arado macera, adquiriendo las diversas piezas usadas a varios revendedores. Cuando todo indicaba que el emprendimiento de la agricultura familiar mejoraría notablemente, sufrió el robo del arado. Luego de efectuar la denuncia y de concurrir a numerosas declaraciones, la policía, después de algún tiempo, logró encontrar el implemento agrícola. Pero las autoridades le exigieron recibos de compra que Ertivio no tenía. Sin documentación, el arado fue confiscado.