EL MÁGICO CARACOL MARINO

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Una seria preocupación afligía a las comunidades Chaná, Timbú y Carcará. Ello obedecía a que la región litoraleña estaba siendo afectada por una larga sequía, marcada por el fenómeno del Niño. Sus efectos catastróficos podrían desestabilizar su desarrollo social, basado en una vida semi sedentaria, dedicados a la caza, la pesca, la recolección y una incipiente agricultura, introducida por los chariguanos de la región chaqueña.

Los sucesivos aportes que recibieron a lo largo de su historia desde las diferentes culturas del continente, no provocaron en su organización cambios estructurales. Sin embargo, pudieron alcanzar un cierto grado de especialización, como el shamanismo que adquirió una gran relevancia en el desarrollo de su cosmovisión. Se distinguieron por tener una profunda percepción de la naturaleza, de manera que sus rituales fueron el medio que hicieron posible esta vinculación.

En estas ceremonias, los shamanes invocaban a sus dioses por la abundancia y el rédito de las actividades orientadas a la producción de bienes preferidos.

El cultivo del maíz era utilizado para elaborar las humitas y otras exquisiteces, servía además en la elaboración de chica –de consumición cotidiana- y en los eventos ceremoniales.

Desde el surgimiento de la civilización andina (3000 A.C.), algunas especies marinas eran apreciadas no sólo por su carne (la comida preferida de los dioses), sino también por su forma, tamaña y color de su conchilla, tempranamente utilizada en el adorno personal y para fabricar artefactos empelados de diversos modos en rituales propiciatorios. Posteriormente, en la expansión comercial de los grandes estados, llegan a través de los pueblos intermediarios hasta la región litoraleña.

Como consecuencia del fenómeno climático, ya mencionado, que los ribereños estaban soportando esa temporada; con la anuencia de los caciques, se decidió convocar a todos los shamanes y hechiceros para que todos juntos soliciten las gracias a los espíritus celestes, para contrarrestar esa situación. Para ello, los espíritus de los shamanes acompañados de sus guías espirituales se elevarían al cielo visitando a los “Espíritus Grandes”, encargados de repartir los dones de la cosecha, del sol y de la lluvia.

Luego de convocar a los hechiceros fallecidos con sus sonajeros de calabazas, se fueron ubicando alrededor de una fogata, sentados en actitud solemne, y comenzaron a preparar los elementos alucinógenos en sus pipas de cerámica.

Cuando estuvieron sumidos en una profunda ensoñación, comenzaron por turno a transmitir su mensaje, la mayoría de ellos impregnados de funestos augurios. Cerró la práctica del desdoblamiento espiritual el shaman más anciano, quien comenzó diciendo:

  • “Hermanos, el Gran Espíritu ha dispuesto que en mi viaje no me encuentre con nuestros antepasados, sino que me traslade a un pueblo lejano de estas tierras, que vive detrás de las altas cumbres sobre las costas del mar. Desde allí nos traerán el gran caracol que fuera el caparazón del dragón, que nos acercará la tan esperada lluvia”.

Dicho esto permaneció en silencio, a la vez que su cuerpo fue adaptando una posición rígida, mientras que su alma había emprendido el último viaje, ahora sí, al cielo sin retorno, para reunirse definitivamente con sus ancestros.

Cuando los expedicionarios españoles arribaron por primera vez en 1527, a la desembocadura del río que los guaraníes habían denominado Carcara-Añá, vieron los sembradíos nativos y lo llamaron Caracarañal.

Además, los cronistas hispanos pudieron registrar la llegada de los comerciantes serranos, transportando en sus recuas de llamas cargueras, entre sus pertenencias, gran cantidad de moluscos de aguas tropicales (Strombus y Spondylus) considerados sagrados, cuya función era armonizar el medio ambiente.