ESCRITO A MANO
La Amasadora
A la abuela gringa, que nos regalaba,
en la aventura de la siesta,
la roja luz de una sandía,
en el montecito de los conejos.
El pan tenía el sabor de tus manos
Y a la presión perseverante de tu cuerpo
Cobraba huidizas formas femeninas.
La masa se rendía blandamente al ritual
Y en ella penetraba tu espíritu inmigrante.
Al compás de la muda plegaria bailaban
Los morados viñedos de Loreto,
Los por qué y para qué del largo viaje.
En la penumbra de la cocina
Sobabas la realidad
Tan diferente del sueño.
Zapateaban las últimas estrellas
Sus frágiles promesas
Sobre la precariedad del rancho.
En qué puerto terroso confinaste
Tu enorme arcón viajero.
El pan fue el primer hilo que tendiste
A través del océano.
Amasaste la tierra extraña
Que se cobró tus frutos
A cambio de los suyos.
Dolorosamente, y en soledad,
Amabas y alumbrabas.
María. Cabello atrás. Frente clara.
Complaciste al patrón
Y seguiste al caudillo.
Así de sublime era tu ignorancia.
Unos hijos quedaron aferrados
Al apenino vientre de tu pollera gris.
Otros, se encaramaron a tus primeros sueños
Y volaron lejos.
Habías puesto la proa en este mar marrón
Y lo remaste sola, entero, intensamente.
Se te quedaron quietos los brazos
De cansados, allá
Por los ochenta.
María. Mi semilla latina.
Amasaste la vida.
La cocinaste corazón adentro.
Con tus dedos inquietos dibujaste
Racimos de nietos.
Anda en el polen suave de septiembre
Tu suave aliento.
Por SUSANA TOROSI – Escritora, Profesora de Lengua y Literatura