El “Día de la Bandera”, conmemorado el pasado 20 de Junio, significa siempre un acontecimiento especial para la Plaza “Belgrano” de Barrio San Carlos. Allí se desarrolla el acto central, al que concurre público en general de una manera especial. El hecho que es en ese acto los chicos de 4° grado prestan su juramento de fidelidad a la enseña patria, lo que coadyuva a esa masiva presencia, junto a los demás aditamentos que completan la conmemoración.
Es por eso que en los días previos la Plaza se reacondiciona. Se pintan sus estructuras, se prolijan algunos sectores, se pone a punto para ser el centro de la efeméride. Este año 2017 así fue. El acto se desarrolló, y la Plaza quedó luego como mudo testigo de distintas secuencias de emoción.
Sin embargo, parece ser, lamentablemente, que ninguna fiesta puede ser completa. A pocos días de ese momento, se registraron algunos hechos de vandalismo, que -lamentablemente también- no son extraordinarios.
En varias ocasiones, y en distintos espacios de la Ciudad, se ha dado cuenta de hechos de esta naturaleza, donde se rompe, se ensucia o se arruina lo público. Parece ser que hay quienes confunden este concepto: toman los bienes públicos como de nadie, cuando en realidad son de todos. Y a partir de esa confusión -intencionada o no- se arremete con lo que debiera ser cuidado tanto o más que lo privado.
En el caso de Plaza Belgrano, los hechos vandálicos dejaron al descubierto una situación que tiene desde hace tiempo más que preocupados a los vecinos de la zona: un grupo de jóvenes que se reúnen en la plaza cuando comienza a oscurecer, a quienes se los ve consumir bebidas alcohólicas, intimidando a quienes se atrevan a cruzar por allí.
Según testimonios de los frentistas, este grupo comenzó a merodear el lugar adueñándose del mismo desde hace unos 8 meses, aproximadamente. Hablan de ruidos molestos y de sentirse amedrentados por estos jóvenes a quienes nadie reconoce como propios del barrio, o al menos, a los que no veían en la plaza antes de esa fecha.
No todo termina en esa presencia intimidante, o en los ruidos. Las expresiones de la gente que vive en inmediaciones de la plaza coinciden en que los problemas comienzan cuando el sol cae, alrededor de las 19. En el consumo de, al menos, alcohol. En que los jóvenes allí reunidos portan navajas y armas blancas. En robos de bicicletas y teléfonos. En que hay vecinos que sintieron ruidos provenientes de los techos de sus casas. También hay coincidencia en el temor: muchos se encierran en sus viviendas al atardecer y ya no salen hasta el día siguiente, los comerciantes se inquietan por quienes puedan ingresar a sus locales y todos repiten que ha habido diversos hechos delictivos protagonizados por quienes toman la plaza como lugar de reunión cada noche.
Otra sensación coincidente es la impotencia de sentirse presos y con miedo, mientras el afuera está en manos de quienes provocan estos episodios.
Los sucesos relatados no son exclusivos de Plaza Belgrano. Casi es un común denominador en casi todas las plazas o espacios públicos de la Ciudad.
La imagen de grupos de jóvenes reunidos, bebiendo y fumando -¿fumando qué?- , intimidando a quienes pasan por el lugar, con hechos delictivos en las inmediaciones, se repite en Plaza “Colón” (Nueva Roma), en Plaza “Simonetta” (Barracas), o en el Parque Municipal “Sarmiento” (Granaderos a Caballo). Asimismo, sobre los puentes del Canal Candelaria, los testimonios señalan a grupos que solicitan “peaje” (leáse dinero) a vecinos que transitan e intentan cruzar esos puentes para regresar a sus casas. Tampoco son ajenos los espacios sobre Boulevard 25 de Mayo de la vieja Estación de Ferrocarril, donde hoy funciona el Complejo Cultural Municipal “Benito Quinquela Martín”, donde los vecinos no vacilan a la hora de manifestar es evidente el consumo de drogas.
También es común el horario, para todos los lugares: al atardecer, cuando el sol se esconde y la noche sobrevuela la Ciudad. Y un dato más: todos los testimonios señalan que se trata de jóvenes, pero entre los cuales hay también menores de edad.
El tema contempla una especial complejidad. Obviamente, nadie puede prohibir un grupo se reúna en una plaza. Sin embargo, cuando la “reunión” trastoca en otras consecuencias, la situación claramente es otra.
En principio, un mayor patrullaje policial por las zonas en cuestión serviría para prevenir situaciones. Y una mayor y mejor iluminación de esos espacios contribuiría a que las sombras no se convierten en cómplices de quienes actúan fuera de lo permitido. En este sentido, un caso probado es el de Plaza “San Martín”, en Barrio Centro: cuando ese espacio carecía de iluminación, también era escenario de este tipo de situaciones. Luego de su remodelación y con la iluminación con la que hoy cuenta, ese estado de cosas cambió.
Sin embargo, y sin perjuicio de lo anterior, sería conducente que las autoridades -políticas, policiales y judiciales, y también han de incorporarse las entidades intermedias como por ejemplo las Vecinales- intenten dar respuesta a algunas preguntas que surgen automáticamente ante este fenómeno: ¿Quiénes son esos jóvenes? ¿De qué barrio? ¿Son de Casilda o han llegado de otras localidades? ¿Hay menores de edad entre ellos? ¿Estudian, van a colegios o escuelas? ¿Trabajan? ¿Quiénes son sus padres? ¿Cómo están constituidos sus grupos familiares? ¿Qué manera se puede encontrar para, en su caso, darles la posibilidad que su tiempo libre sea ocupado de manera productiva? ¿Tienen problemas graves de adicciones? ¿De qué manera contenerlos y auxiliarlos si es que lo necesitan? ¿Poseen antecedentes policiales? En su caso, ¿qué seguimiento se les realiza? ¿Cómo son sus condiciones de vivienda? Entre otras.
Esas preguntas y sus consiguientes respuestas lejos están de pretender un control autoritario, arbitrario o de policía en su sentido técnico. Debieran ser formuladas y respondidas para procurar una contención cuando sea posible conferirla.
Al respecto, la Secretaria de Desarrollo Social de la Municipalidad de Casilda, Dra. María Celina Arán, nos manifiesta que desde su área no sólo conocen el problema, sino que se están ocupando del mismo, interiorizándose de la situación de cada joven, visitando a sus familias y golpeando las puertas de sus casas para intentar conocer en profundidad cada caso. Además, asegura que en materia de prevención o sanción nada pueden hacer, pero sí se ocupan del ribete social del tema, lo que no implica que en casos concretos no den intervención a los estamentos que correspondan.
Lo indudable es que algo hay que hacer. No es posible que haya vecinos que sientan temor en sus propias casas, que se encierren en las mismas cuando llega la noche o que no puedan transitar con libertad por donde deseen hacerlo. Y más aún, que se reiteren actitudes intimidantes hacia los vecinos y aún hechos delictivos.
Se trata, en definitiva, de una situación hasta no hace mucho ajena a nuestra idiosincrasia, pero que también como otras nos ha llegado. No podemos ni debemos permanecer indiferentes ante ella.
Por GUILLERMO MONCLÚS