SU HISTORIA, LA MÍA

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Los viajes en colectivo no son mis preferidos. Aquel día era sábado, soleado. Sentada al lado de la ventanilla iba pensando en cómo hablar acerca del tema, cómo preguntar lo que hacía tanto tiempo gritaba en mi interior y expresaba una sed de saber acerca de lo que no se decía. Llegué a destino. Me bajé en la primera parada y caminé dos cuadras hasta su casa. La puerta estaba abierta. Dentro, observé a mi padre preparando la comida mitad casera y el resto comprada en una rotisería del barrio. Nos saludamos como cada vez que nos vemos. Almorzamos y mi cabeza seguía buscando el modo de preguntar. Hasta que lo logró.

– Pa, en los ´70, ¿vos militabas en un partido, no?

Fue la pregunta que abrió a lo desconocido, para mí.

– Sí, en el socialismo. Era plena dictadura.

Sus palabras empezaron a fluir y no quería interrumpir su discurso. Era como si necesitase que un puntapié habilite su decir.

– Nos juntábamos en secreto y teníamos un diario que cada vez que estaba listo lo llevábamos a la policía para que sepan que no hacíamos nada malo. Esto no lo sabe nadie, mis viejos se murieron sin saberlo pero un día que estaba por ir a trabajar, me encontraba en la esquina donde ahora está el gimnasio, tenía escondido debajo del pantalón, abajo, uno de los diarios que publicábamos. En eso, estaciona un jeep con dos milicos. Me preguntan a dónde voy y les digo que al trabajo. “Súbase”, me dijeron. Y subí. Siguieron camino por el boulevar y doblaron en la calle de mi trabajo, y para mi sorpresa me dejaron allí.

Me sentía atónita, el para mi sorpresa en sus palabras me hizo pensar que quizás el destino podría haber sido otro aún más terrible, otro que tenga que ver con la desaparición. Pero no, aquellos recuerdos dejaron la aparición del dolor, del temor. Una mezcla de sensaciones invadieron mi cuerpo. Él continuó hablando.

– Al día siguiente agarré por otro camino y no los crucé. Pero al otro día me encontraron en la esquina de la primera vez y me dijeron “usted haga siempre el camino que hizo el primer día, no otro”. Entonces me subí, me llevaron hasta el trabajo, y así por los 8 meses que siguieron, de lunes a viernes. Los domingos no podía dormir pensando que al amanecer me estaban esperando en el mismo lugar, los mismos milicos. Creía que algún día iban a seguir derecho por el boulevard hasta el sanjón y no me veían más.

Noté sus ojos llenos de lágrimas, ellas brotaron como nunca antes había visto que suceda en él. Lo sentía como un niño indefenso, angustiado. Me levanté y fui hacia donde estaba sentado. Lo abracé, lo hice por primera vez en 25 años. Lloramos juntos, sentí su dolor por haber recordado aquel hecho que marcó su vida, su juventud, su militancia. Nunca más volvimos a hablar sobre el tema. Tengo mil preguntas en el tintero que aún no las puedo formular. Tengo mil preguntas que quizás algún tiempo las pueda apaciguar. Tengo mil abrazos como aquel inaugural.

 

Por AGUSTINA FERRAGUTTI