HISTORIAS QUE NO NOS SABÍAN, por GINA PENELLI

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LOS ABRAZOS QUE NO DIMOS

Cuando éramos adolescentes – y no tanto – con mi mejor amiga decidimos declararnos fans de China Zorrilla. No habíamos visto sus películas ni sabíamos todo de ella pero su personaje en Esperando la carroza y la anécdota de los treinta mil pesos que le había regalado a un taxista nos parecieron suficiente. Así que nos prometimos conocer a esa vieja graciosa, desfachatada y buena que era nuestra nueva ídola. No podíamos dejar que ella muriera sin saber que había, en una ciudad chica de Santa Fe, dos pendejas que la adoraban porque sí.

Un buen día nos enteramos que China Zorrilla venía a Casilda con una de sus obras. Se iba a presentar en el Teatro Dante y era la oportunidad perfecta para cumplir nuestra promesa. Por supuesto que no teníamos plata para comprar un par de entradas y verla actuar así que decidimos ir afuera del teatro cuando termine la función. Los folletos, recuerdo, decían que era a las 20hs y entonces cometimos el gravísimo error de calcular que, como suele suceder, la cosa empezaría y terminaría más tarde de lo que decían.

Cuando llegamos el teatro estaba cerrado.

Sólo había prendida – me atrevo a decir que en toda la cuadra – una luz tenue que iluminaba el póster del evento que se estrenaría la próxima semana.
Creo que nunca hubo tanta oscuridad y vacío en esas cuatro esquinas.
La obra ya había terminado y China se había ido. Como se había ido nuestra oportunidad de conocerla, de abrazarla, de decirle que éramos sus fans.
En ese momento no se nos ocurrió ir para el hotel a preguntar si estaba, ni rastrear por Internet algún teléfono que nos permitiera insistir. Nada de todo eso.
Nos sentamos en los escalones de mármol frío del teatro y nos congelamos de desilusión. Desilusión de nosotras y de la vida misma. No habíamos llegado a tiempo.

Después de esa noche la vida continuó sin sobresaltos. China Zorrilla volvió a Buenos Aires y vivió varios años más. Acá nosotras hicimos lo mismo. Seguimos sin ver sus películas y sin saber cuál era su comida favorita o qué música le gustaba escuchar para dormir. Pero en septiembre de 2014, cuando nos encontramos y nos dijimos <<¿Viste que murió China Zorrilla?>> sé que las dos sentimos el peso en la espalda, el vacío en la panza y el cosquilleo en los brazos que producen los abrazos que no dimos.
Esos síntomas son inevitables e inmodificables. Son ese tiempo perdido que no vuelve pero que tampoco se va.

Hay cosas que son ahora.

Y son ahora porque, dentro de cinco minutos, van a estar durmiendo en un quinto piso de un hotel mientras vos mirás pasar las hojas en la vereda fría de un teatro apagado.

 

Por GINA PENELLI