Cuando me di cuenta de que a mí las cosas no me salen siempre como quiero, dejé de exigirles tanto a los demás y entonces me enojé menos.
Cuando me di cuenta de que yo no alcancé a hacer y decir lo que hacía falta, dejé de juzgar tanto a los demás y entonces me decepcioné menos.
Cuando me di cuenta de que aquel que hablaba por mí no sabía mi verdad completa, dejé de inventarles finales a las historias de los demás y entonces me enrollé menos.
Cuando me di cuenta de que a los demás también les pasan cosas difíciles y tristes empecé a ponerme en sus lugares y entonces todo – lo que ahora era compartido – dolió menos.
Cuando me di cuenta de que el otro es igual a mí – porque no soy más que nadie, ni menos que ninguno – empecé a pertenecer y entonces viví más.
Y mejor.
Y más tranquila.
Prueben.
Por GINA PENELLI – Escritora