LLAMADAS DE URGENCIA
Cuando nosotros éramos chicos no teníamos celulares así que, en situaciones de emergencia – lo que en ese entonces considerábamos emergencia – los teléfonos públicos eran nuestra salvación. Creo que jamás puse una moneda en ellos porque, incluso para bromas telefónicas, era recurrente el cobro revertido. Marcábamos #19 y que del otro lado se arreglen.
Yo siempre llamaba a mi abuela porque era uno de los pocos números que recordaba de memoria. La llamaba para decirle que le avise a mi papá o al papá de mi papá que vayan a buscarme adonde sea que estuviera en ese momento.
Marcaba #19, cuatro veinticinco ocho treinta y dos y, cuando tenía que grabar mi nombre, decía «Soy yo Abuela, marcá el uno» para que no hubiera error.
Después de los quince segundos que duraba la charla me sentaba en el cordón de la vereda a esperar. Y no era como esperar un bondi que no sabés cuándo va a pasar, si va a pasar y si realmente va a dejarte donde querés ir. Aquello era esperar segura, tranquila de que todo ya estaba en marcha.
La Chiche no fallaría.
Después de unos minutos veía llegar el peugeot bordó y todo era sabor a triunfo.
Cada tanto, cuando ando perdida en alguna trampa de la vida, miro el teléfono con ganas de marcar #19 y esperar que la Chiche me mande alguna solución.
A lo mejor, quién les dice, un día me atiende.
Por GINA PENELLI