HISTORIAS QUE NO NOS SABÍAN
INVIERNO, LLOVIZNA Y FRÍO…
Presentación
Todo invierno pasado fue peor. Esa parece ser la concluyente expresión que surge de la charla con vecinos de la ciudad y de la región que ya tienen varios inviernos a cuesta. “Hay que pasar el invierno”, aleccionaba un conocido Ministro de la Nación, siempre polémico y por mucho tiempo recordado por el carácter perenne de esa frase.
No nos vamos a ocupar necesariamente de la estación que involucra el período que se inicia el 21 de junio y culmina el 21 de septiembre, porque bien sabemos que las condiciones meteorológicas no entienden de absolutos temporales. El crudo invierno comenzaba mucho antes y (no tan) llamativamente se extendía a su gusto; entonces hacia allí vamos.
Se trata sin dudas de un visitante incómodo, que nos encorva, nos dificulta el tránsito, nos achica el correr del tiempo, nos acorta el viaje por el día. En estos tiempos críticos, en esta coyuntura tan compleja del año 2020 -otro que quedará inscripto irremediablemente en la memoria colectiva-, resulta interesante conocer el vivir de otros hombres y mujeres, el diario subsistir en épocas idas. A pocos días de darle una nueva despedida, algunas notas posibles para dar cuenta de su historia.
Un mundo de posibilidades
Las usinas privadas dotaban a la zona céntrica de la Villa y la posterior ciudad, del servicio de alumbrado, luz eléctrica y fuerza motriz. El molino de Emilio Werner primero, la usina hidroeléctrica de Pedro Rozié después, cumplimentaron esta tarea entre fines del siglo XIX y la década de 1930. Esta situación abría, para los pobladores que allí residían, un importante abanico de posibilidades para asegurar la calefacción de sus hogares.
Con la instalación de Obras Sanitarias de la Nación en 1932, dando la provisión en forma pública de luz eléctrica y aguas corrientes, se inició un lento proceso de extensión de estas mejoras hacia nuevas áreas urbanas, cuyos pobladores no obstante continuaron durante mucho tiempo sosteniendo formas tradicionales de pasar la cruda temporada, dada la escasez de recursos de muchas de aquellas familias.
Para los muchos hogares caracterizados por los altos techos, las amplísimas habitaciones, los abiertos zaguanes, los fríos pasillos y las extensas galerías, comenzaba una nueva etapa, con nuevos artefactos, nueva distribución de los espacios -especialmente con la inclusión de los baños en el interior de las casas- y nuevas formas de confort.
El Hotel España, por ejemplo, brindaba en esa época un servicio en donde agua corriente y baño con calefacción eran imprescindibles para los viajeros y numerosos agentes comerciales y representantes de Rosario y de Buenos Aires.
Un puñado de casas de comercio comenzaron a ofrecer, para las familias que poseían la oportunidad de adquirirlos, nuevos bienes adecuados para enfrentar la dura estación. Para citar un caso, la Casa de electricidad de Pedro Prokopowicz, en Santa Fe 2242, trasladada luego a la calle Buenos Aires, brindaba su arsenal de calentadores, estufas y planchas, además de ofrecer sus servicios técnicos de instalaciones y arreglos. Una publicidad de la misma casa, del año 1938, promovía, entre la gran variedad de sus productos, calentadores eléctricos con manija a $0,80. Con el correr de las décadas, un importante puñado de técnicos ofrecía sus oficios para la colocación de estufas, cocinas, sistemas de provisión de agua caliente, duchas, bañeras, entre otros dispositivos.
Ya en los años de la década de 1950, Ricardo Mascetti & Cía., ubicado en el local de calle España 2129, se presentaba como el único agente en Casilda de las cocinas a kerosene “Longvie”. A partir de esa década de múltiples transformaciones, aparecerán en el centro de la ciudad las casas de venta de artículos del hogar, que en poco tiempo comenzaron a revolucionar la lógica de los hogares y a modificar hábitos largamente macerados.
Por su parte, las mueblerías, colchonerías y talabarterías de la ciudad -como las de Guffanti, Dubini, Cattoni, Studnitz, entre otras- ofrecían un importante surtido de colchas, frazadas y demás artículos para acondicionar los dormitorios, por lo general de su propia fabricación. Los bazares, además, se ingeniaban para ofrecer los más variados artilugios para calefaccionar cuerpos y lugares.
Combatir con lo que se tiene a mano
Las estrategias de los sectores populares para paliar los efectos del frío eran otras, muchas veces de gran eficacia, aunque no exentas de peligros.
Así nos lo relata uno de los entrevistados: en las décadas de 1940 a 1960, gran parte de los sectores medios y populares poseían su cocina a leña, que transformaba al espacio en que se ubicaba, en el ámbito de reunión de la familia cuando no estaba trabajando. Para dormir se utilizaban comúnmente los ladrillos calentados en esas cocinas, envueltos en un trapo para aclimatar la cama, ya que no había aún bolsitas de agua caliente, que comenzarán a usarse a finales de los años cincuenta. Otra práctica muy extendida era la de colocar el brasero en las piezas, por lo general de tres patas de fundición. Se sacaba brasa de la cocina, se ponía debajo del brasero y arriba se disponía el carbón. Era una acción peligrosa, ya que el gas que emanaba del carbón era sumamente tóxico y las piezas con poca ventilación complicaban aún más el panorama. El carbón mal prendido, las ventanas cerradas, podían generar tragedias. El desvanecimiento de la persona mientras dormía terminaba por ser letal. Muchas veces la imprudencia, la negligencia o el desconocimiento producían involuntariamente situaciones dramáticas.
Los almacenes de ramos generales como los de Stoisa & Busso, Ponciano Culasso, Francisco Ramón, Joaquín Cittadini, Sauberán y Capdevielle, tenían la venta de carbón y leña como una de las secciones de su amplia variedad de rubros. La otra posibilidad, quizás más extendida, era la de conseguir la preciada materia prima para la combustión en incursiones al medio rural o a montes vecinos que permitían el acopio de la tan necesaria leña. Cualquier otro insumo, como por ejemplo el marlo del maíz, podía servir para convertir la cocina en un fogón. A partir de la década de 1970 comenzó a modificarse la situación tanto en el campo como en la ciudad, con la extensión de la electricidad y la presencia de salamandras, calentadores a kerosene que se usaban como estufas -con la inclusión de una chapa en la parte superior para que caliente un poco más al ponerse al rojo incandescente- o las propias estufas a kerosene.
Para la confección de acolchados se empleaban las bolsas viejas de harina de 50 kilos, que eran de una tela blanca que se lavaba bien con lavandina y tras su blanqueo con Azul Brasso servía además para fabricar manteles, servilletas, sábanas y colchas. De un lado se ponía la bolsa y del lado superior se tejía al croché, mientras que el relleno era de lana de oveja. También se podía usar plumones del pecho del ganso, para colchas y almohadas. Medias prácticamente no se usaban, salvo las que alguna abuela tejía y se destinaban especialmente para las ocasiones de salidas, porque en la casa se usaban alpargatas.
Quienes trabajaban en la intemperie o debían recorrer ciudad y campo sufrían la inclemencia de una estación difícil. Uno de los entrevistados refiere los avatares del frío durante sus trabajos en la juntada de maíz o en el tambo, a finales de la década de 1940 e inicios de la siguiente.
La labor en el tambo comenzaba muy temprano, aproximadamente entre las dos y las tres de la madrugada. El trabajo se efectuaba a mano y, al no contar con la cobertura de galpones -la actividad se desarrollaba al aire libre en corrales, con los terneros que se apoyaban a las vacas para iniciar la ordeña-, la combinación de la lluvia y de la helada obligaba a efectuar la tarea enterrados en el barro con alpargatas o descalzos, porque no se disponía de botas. Poca ropa, manos cuarteadas, pastos helados tocando los tobillos que se lastimaban, eran parte de una escena por muchos conocida.
La juntada de maíz solía ser muy incómoda. Empezaba a las 5 de la mañana, con el viaje en sulky desde la ciudad hacia el campo, de manera tal de iniciar la recolección al amanecer. Con las mismas bolsas que servían para juntar el maíz, se tapaban para sobrellevar el viaje. Ya en la acción, por efecto del rocío matinal, la gramilla alta mojaba hasta la mitad del cuerpo del trabajador, que debía ponerse bolsas en los pies, que pronto se mojaban produciendo un frío muy intenso. Las manos cortadas por la conjunción del frío y la rudeza de la labor se sumaban al problema. De todas formas, la situación en el tambo era peor, porque llovía y había que trabajar igual, a diferencia de la cosecha, que se interrumpía ante las inclemencias del tiempo. Los recuerdos brindados por el bracero señalan que las heladas se manifestaban hasta pasado el mediodía o poco más y que era común ver el agua de los bebederos de los animales totalmente congelada.
Otro tanto ocurría en la ciudad. Una nota de 1923 de “La Voz del Pueblo” solicitaba capas de agua para los carteros ante el inicio de la temporada de frío. “En las puertas del invierno que amenaza ser riguroso si nos atenemos a los pronósticos de los astrónomos del mundo entero, cabe insistir una vez más en la necesidad y bien urgente, de dar a los carteros las capas de agua que necesitan y que tantas veces se han pedido sin éxito positivo. El jefe de la oficina local, podría intervenir ante el director de correos, haciéndole notar que tal vez las comodidades de la oficina en el regio edificio que está a punto de inaugurarse en Buenos Aires, no son incompatibles con los buenos sentimientos en favor de los subalternos que tan lejos se hallan de la estufa que caldea el ambiente del despacho directorial”.
Similar petición se hace para cubrir la situación de los placeros, tornándose evidente la ausencia de garitas en las plazas, a pesar del rechazo de la iniciativa por parte del Concejo Deliberante en 1924. Se lo solicitaba “…para resguardar al cuidador nocturno en las noches excesivamente crudas y los días de inclemente lluvia”.
Poco tiempo después se piden reformas en la estación local del Ferro Carril Central Argentino. Entre ellas, la calefacción necesaria para la sala de espera: “se aproxima un invierno que reclama algunas providencias y la sala de espera no tiene calefacción, ni comodidades apreciables. Lo mismo diremos de los andenes que están casi a la intemperie cuando en realidad deberían estar cubiertos y cerrados en los laterales; y así también de otras dependencias internas donde los empleados están casi en la calle por falta de protección”.
Los trabajadores y el frío, una larga historia de desencuentro, de penurias; sin dudas, de pequeñas epopeyas cotidianas.
Cuando el invierno era angustia
En muchos hogares, la llegada del invierno era un verdadero flagelo, una amenaza.
La gripe aparecía furiosa durante cada invierno, resultando muy peligrosa si se extendía en el sector infantil. A principios del mes de junio de 1919, para evitar la propagación de la epidemia, se decidió la clausura de los locales escolares, reabriéndose en la quincena posterior. “La Capital” daba cuenta en julio de la gravedad del estado sanitario: “sigue la gripe haciendo estragos entre la gente pobre, sin que las autoridades hagan nada para atenuar las consecuencias de semejante flagelo”.
Al año siguiente, para monitorear la delicada situación, en septiembre las autoridades municipales remitieron notas a los directivos de las escuelas de la localidad para conocer el estado de salud de la población infantil. Las respuestas llegaban una tras otra, mostrando las consecuencias de una temporada hostil: 20 alumnos ausentes en la Escuela “Sarmiento”, dirigida por Victoria Vignolo, atacados por sarampión, gripe y viruela loca; 160 inasistencias comunicadas por el maestro Antonio Gosende en la Escuela “Aristóbulo del Valle”, afectados los niños por sarampión, escarlatina y difteria; en la Escuela Normal Mixta de Maestros, la falta era de 17 alumnos sobre un total de 347, la mayoría enfermos de “afecciones de la garganta”; María Leonor Pardi comunicaba en su escuela la ausencia de 20 educandos, atacados por gripe, sarampión y viruela boba. Juan Bautista Spadaro, a cargo de la Escuela “José Manuel Estrada”, advertía que “…no es muy satisfactorio el estado sanitario de los niños inscriptos en esta escuela…”, informando una inasistencia diaria que rondaba en el 20% de la matrícula, en la mayoría de los casos como efecto de la gripe y la bronquitis. La Directora de la Escuela “Manuel Dorrego” señalaba que “hace próximamente dos semanas que la asistencia de los alumnos de esta escuela, ha disminuido en algunos grados y en particular en los inferiores, debido a las enfermedades”. En los dos primeros grados, que contaban con 40 alumnos cada uno, asistían 22 y 23 niños, siendo regular la presencia en los grados superiores. Los motivos de las faltas eran el sarampión, la escarlatina y la gripe. El panorama se completaba con cuatro docentes con dolor de garganta. El único caso en el que la asistencia a clases era regular, se daba en la Escuela Nacional Nº 63, situada en la barriada La Penca, dirigida por el maestro Guillermo Vélez.
El problema era recurrente; asunto de año tras año. En 1924, el Departamento de Higiene de la Provincia de Santa Fe enviaba delegados para encarar la tarea de vacunación. Bienvenida era la llegada del enviado provincial, “,,,por cuanto la época presente azotada por las enfermedades, aconseja prevenciones inmediatas a fin de colocarse a cubierto de toda amenaza”. Más adelante la crónica de “La Voz del Pueblo” continúa afirmando: “la gripe y otras pandemias que castigan seriamente la salud de los vecinos hallarán en la vacuna su gran enemigo, de manera que colocarse bajo su defensa es dar muestra de sano juicio”. Como en tantas ocasiones, se pedía la clausura de los colegios, como ya había ocurrido en Rosario.
Dificultades para dar el último grito de la moda
No solamente los problemas de la salud y del hallazgo de las formas más confortables para pasar el invierno, ocupaban el tiempo de los casildenses y las páginas de la prensa.
¿Cómo conciliar las exigencias de la moda con las necesidades de pasar el frío? El comercio casildense intentaba dar respuestas a señoras, señoritas, caballeros y niños.
La Casa Tinirello, ubicada en la esquina de Buenos Aires y Andes (hoy San Martín), con el rubro de sombrerería, camisería, artículos para caballeros y niños, señalaba en 1916 que “esta antigua y acreditada casa acaba de recibir un importante surtido en sombreros y gorras de lo más moderno que se ha fabricado para la próxima estación de invierno. Para ahorrar dinero haga sus compras en la Casa Tinirello”. En la misma intersección, pero en 1930, Casa Monclús ofrecía su gran variedad de sombreros de todos los estilos, colores y precios y gorras de última moda. Los sombreros de Casa Cammarata eran otra posibilidad, al igual que su stock de sobretodos y perramus.
A principios de la década de 1920, la sucursal de La Favorita vendía lana en múltiples variedades, sabiendo de la gran cantidad de casos en las que se confeccionaba la ropa en casa. Ofrecía además perramus e impermeables ingleses, sobretodos, tricotas y gorras, tapados de felpa y de paño, echarpes, capitas y saquitos pirineos en lana y algodón, cueritos y cuellos, piel para adornos y piel por metros. En la misma época, la sastrería La Moda se ponía a tono con la etapa que llegaba: “con motivo de la vecindad de la temporada de invierno, y con ánimo de responder a las necesidades del público, ampliamente expresadas por su frecuencia a la casa, los señores Desiderio y Herrero propietarios de la acreditada sastrería ‘La Moda’ de esta ciudad han recibido un surtido amplísimo de casimires de los más peregrinos gustos en estilos interesantísimos. Conjuntamente con la partida de mercancía citada, les ha llegado el último figurín que ha de reinar en la estación venidera, de suerte, que estarán a la altura de los modelos más acabados de la especialidad elegante en el vestir”. Líneas más adelante, en el periódico de los hermanos Cortés, también la Sastrería de Salvador Díaz ofrecía no quedar a la zaga en cuestiones de exigencias en materia de calidad y confección.
Hacia 1930, La Competidora de Alberto Albo ofrecía sobretodos de casimir inglés y de paño lana para hombres y niños. Podían aprovecharse las épocas de liquidación de invierno de El Barato Argentino de Buenos Aires y España. En el mismo año, la sección de tienda de Capdevielle & Cía. ofrecía, en su liquidación invernal, “pirineos de lana con revés de seda, chalecos ‘Firpo’, franeletas, paños ingleses, moletones, cazadoras…”. El Asombro y La Razón, de Manuel Casim, ofrecían artículos para obreros. También se podía recurrir a las secciones de tienda de los clásicos almacenes o casas de ropa más antiguas o tradicionales.
Lamentablemente se encuentra perdida una parte del artículo en el que se presenta la moda en relación con la temporada invernal, correspondiente a “La Voz del Pueblo” del 24 de mayo de 1923: “la mujer está conformada físicamente para resistir al frío con mayor valentía y coraje que el hombre. Cuidadosa del aspecto y de la línea se guarda muy bien de recargar el cuerpo de abrigos que puedan dar grotesca forma al torso. Rehúye de la ropa de algodón y de la lana cubriendo apenas el busto con la fina túnica del vestido. Y así cruza graciosamente la calle, en tanto que a su lado pasa el galán vigoroso -hijo de Hércules-, envuelto como un arrollado entre sobretodos y bufandas bien calentitas”. A pesar de la crudeza de aquel invierno, de lo que se trataba era de no tolerar la “antipática piel de chinchilla” que ocultaba la belleza. Frío sí… pero con elegancia.
Frío en los cuerpos, frío en los ánimos
La discusión sobre las bondades y las limitaciones del invierno llega hasta nuestros días. Inunda las redes sociales con la aspereza de la ironía que cargan comentarios y bromas. La eterna disputa entre los amantes del invierno y los defensores de la época estival difícilmente pueda zanjar alguna vez.
La prensa no dejaba de plantear las serias limitaciones que la estación invernal imponía a la vida diaria. La sección de “Notas Sociales” de los periódicos guardaba su espacio para comentarios sobre el nuevo statu quo que dictaminaba la irrupción de las bajas temperaturas. Cuenta el cronista de “La Voz del Pueblo” en 1923: “El frío -la ola esperada durante el verano entero- se ha presentado entre nosotros como gélida invasión de odiosos enemigos, que vinieran con el ex profeso pensamiento de hacernos mal. En efecto, desde hoy hasta que las primeras golondrinas traigan el canto dulce de su bohemia irremediable, se suspenderán los actos interesantes que signaban la vida inquieta de sociedad, en reuniones interesantísimas al aire libre”. Comienza el dominio de las niñas con terciopelos y chinchillas y jóvenes con gabanes de algodón. ”El frío, pues, como los jinetes del apocalipsis, desfila ya implacable por las calles de Casilda, y a fe que a su paso sólo puede despertar imprecaciones bien explicables si pensamos el dolor que él representa por la amargura y la tristeza de los días grises”.
Se reducían las actividades en anfiteatros al aire libre como plazas, canchas para la práctica de deportes, más tarde sitios como el Garden Park, la Sociedad Argentina de Socorros Mutuos, el Colonial Park, el Parque Argentino o baldíos en donde se realizaban actividades afines. Pasan a ocupar su lugar los teatros, cines, clubes u hoteles que tenían salón social y de fiestas.
Los cotejos deportivos también se veían complicados. En mayo de 1923, un esperado Central Argentino versus Alumni se llevó a cabo ante una regular cantidad de espectadores, pero el partido no resultó todo lo atrayente que se preveía “…debido en gran parte al mal tiempo reinante que desanimó un tanto a los jugadores que debieron actuar bajo la fuerte presión del frío”. El mismo día, en Plaza Colón Aprendices Casildenses vencía a Correa y allí los jugadores “…que no obstante ser la tarde nada propia por el frío y viento, no decayeron sus bríos un solo momento”.
No obstante, tras la derrota frente a Alumni, un cronista de “La Estela” podía decir esto de la muchachada del famoso club de Villa Romana -hoy Granaderos a Caballo-, en 1930: “cielo encapotado. Tarde triste, gris, lóbrega y fría sembrada de una profunda melancolía. Aún me parece ver entrar al field a la brava y aguerrida muchachada de Huracán, con el rostro sonriente y franco, con esa serenidad y entusiasmo como lo hacían los espartanos cuando se lanzaban a lo más recio del furibundo combate”.
En 1935, en una conocida sección dedicada a las costumbres en las páginas de “La Voz del Pueblo”, en un artículo que hacía referencia al verano, se cuela el frío. En pleno enero, se nos dice: “Y a propósito, yo no sé si han observado ustedes que hay un curioso cambio en el desarrollo de las estaciones del año. No hace mucho los diarios anotaban esta excepcional circunstancia. Y todos ustedes deben recordar cómo en pleno mes de octubre y hasta de noviembre hicieron días de frío como si por misterioso arte de encantamiento el tiempo nos hubiera transportado a los meses clásicos del invierno. Tanto que mientras unas usaban frágiles hábitos tropicales, otras iban embutidas graciosamente en sobrios vestidos de abrigo. Claro es que esta inestabilidad atmosférica produce trastornos, no solo en lo que se refiere al vestir, sino también en lo que atañe a la salud de las personas… Cuando el tiempo es inestable, los dolores de cabeza, los resfríos y los malestares de toda índole se ponen al día. Hay que ver lo que significa recogerse con la molesta displicencia que genera el calor, en una noche de verano, para amanecer desprevenida en una mañana de frío o de lluvia. La gente se enferma, pierde el control de las propias actividades y empieza a sentir un extraño desapego por las obligaciones del presente y hasta del futuro inmediato. ¿No se han sentido ustedes alguna vez así?”. Inestabilidad atmosférica, cambio en el desarrollo de las estaciones. Moda y salud se ven afectadas.
La llegada de la primavera hace escribir a los cronistas y a los poetas, en forma indirecta, sobre mucho de lo que representa la estación invernal: “alegría de vivir”, “suave caricia para las horas monótonas”, gozo, bullicio, “matando la tristeza y el pesar sombrío”, “arrancándonos de las garras crueles de todos los pesimismos”, son frases que hablan con elocuencia tanto del tiempo que llega, prometedor, como del que se retira tras largo y despótico reinado.
Cuando el invierno fue asombro y belleza
Hay inviernos imposibles de olvidar. Quizás el de los cumpleaños, el de los amores, el del camino a la escuela pateando hojas o despuntando el gusto de oírlas crujir tras cada paso. O el del sol pegando en el rostro durante esos días que regalan una tregua al termómetro. O, por qué no, el de la lluvia tras la ventana, tantas veces inspiradora. Pero más allá de todo esto, hay inviernos, esos inviernos, que quedan guardados en el registro escrito y en el de los sentires. Aquellos que nos llevaron a otras regiones, sin salir de la propia.
La nieve que acompañó en toda la región la jornada del 9 de julio de 2007 es ampliamente recordada. Casi todo el mundo puede referenciar qué hizo en aquella ocasión, dónde estaba, en qué sitio lo sorprendió el extraño acontecimiento meteorológico. ¿Nieve sobre la templada pampa húmeda? Eso seguramente es algo para recordar y, de cuando en cuando, narrar. La maravilla de las historias personales, de la historia como experiencia de lo cotidiano. Hasta postales circularon en algunos pueblos vecinos con la estampa de una jornada de las que se guardan en los anales de la historia zonal.
Desandamos el tiempo. 16 de julio de 1973. Tan llamativo fue el despliegue de los copos sobre la atmósfera casildense, que la crónica periodística recurrió a los expertos de la Escuela Nacional de Agricultura para explicar a los lectores el porqué del fenómeno que percibían con extrañeza. Aún se atesoran en muchos álbumes familiares las instantáneas del momento, al estilo de las fotos “la nieve y yo”.
Más atrás aún. Nos topamos con un breve comentario en las páginas de la prensa: “Casilda engalanada de blanco”. Dice la crónica sobre la jornada del 6 de agosto de 1954: “Un espectáculo interesante y nada común entre nosotros, pudo presenciar en las primeras horas del día de ayer, el vecindario en general de esta ciudad. Se lo proporcionó la caída de nieve que sin ser muy tupida, engalanó de blanco reluciente sus avenidas, techos y frontispicios de la edificación, así los campos de su alrededor que parecían en determinados lugares haberlos cubiertos con una bonita sábana blanca. En medio de una ráfaga helada y un clima destemplado en toda forma, el público contemplaba y comentaba sonriente el raro suceso, que quien sabe si de nuevo, pronto lo volvamos a ver. La nevada según informes, abarcó una gran extensión y por lo tanto brindó el espectáculo a muchos lugares donde este suceso no se había producido anteriormente” (La Voz del Pueblo, 7-8-1954, p. 3).
Nos escribe Stella Mancinelli sobre la nevada de 1954: “Los niños asombrados y jugando con los copos que cubrían el suelo. Los adultos de mi casa, abuelos, tíos, que tenían como medio de sustento cultivar plantas y vender sus frutos, desesperadamente ponían junto a las plantas de naranjas y limones tachos con brasas encendidas para dar calor e impedir que la nieve se lleve la producción”.
Evidentemente, no siempre la nieve hacía su aparición como un espectáculo libre de inconvenientes. Observemos sus efectos en el lejano 1886, a poco tiempo de iniciada la vida de Colonia Candelaria y Villa Casilda. Se lee en “La Capital” de Rosario del 21 de septiembre de aquel año: “Nieve. A última hora, nos comunican por teléfono desde Villa Casilda que ayer ha estado nevando todo el día, después del fuerte aguacero de anteanoche. Fatal sería para nuestras haciendas que se reprodujeran las nevadas de setiembre de 1880 que causaron tantas desgracias y tantos perjuicios. A las cinco de la tarde nos decían que en las calles de la Villa habían cerca de tres pulgadas de nieve congelada, formando un gran manto blanco”. El día 22, la misma página completa: “El frío en la campaña. De diversos puntos de la campaña recibimos tristes noticias sobre los perjuicios causados por el temporal de viento, agua y nieve que ha reinado. Hasta ahora parece que el temporal ha abarcado toda la provincia, así como parte de la de Buenos Aires y Córdoba. Al Sud de este departamento ha caído nieve en abundancia, pereciendo gran cantidad de hacienda que ha quedado hacinada a los costados de los alambrados. El último tren del Oeste Santafesino que venía de Villa Casilda el lunes, traía sobre los coches una espesa capa de nieve; los pasajeros han visto a los costados de la línea cantidades de hacienda vacuna y lanar muerta por el frío”.
Unas palabras de cierre
Nos comenta una de las personas que dejaron su testimonio: “quise compartir este recuerdo. Sé que das valor a los simples hechos que marcan nuestra historia”. Son en realidad aquellas historias que nos hacen. La de numerosos vecinos que tal vez no lleguen a recordar una fecha clave o una figura destacada, pero permiten llenar páginas enteras de memorias sobre la vida cotidiana, sobre los recuerdos de la infancia, de la juventud, de los primeros trabajos. Testimonios absolutamente personales que, con el correr del tiempo, se vuelven vitales para reconstruir etapas enteras de la historia local. La historia de los quehaceres, de las menudencias, de los recovecos.
Hay una historia que más que escribirse se siente. Las notas escritas solamente cumplirían la función de activar los sentidos, los tradicionales y el de la percepción del recuerdo, el de la memoria, que los envuelve a todos. Es que en realidad esta vez el invierno, como tantos otros temas, ha sido simplemente una excusa, o tal vez un puente, para sumergirse en el infinito archivo de las vivencias.
Bibliografía
Archivo del Departamento Ejecutivo Municipal de Casilda, carpeta de correspondencia 1920.
Archivo del diario “La Capital” de Rosario, año 1919.
Archivo del periódico “La Voz del Pueblo” de Casilda.
El Baluarte, 1916.
La Estela, 1930.
La Opinión, 1931.
Testimonios de Eliseo Zacchino, Rogelio Antoniasi, Stella Mancinelli.
Imágenes
Publicidad de Casa Cammarata. La Opinión, 1931.
Publicidad de Casa Tinirello. El Baluarte, 1916.
Publicidad de la Compañía Sudamericana de Servicios Públicos. La Opinión, 1931.
Nieve en Rosario. 16 de julio de 1973. Facebook “Un día como hoy en el pasado. Efemérides”.
Nieve en Rosario. 16 de julio de 1973. Facebook “Rosario en el recuerdo”.
Notas de las escuelas de Casilda a la Intendencia Municipal, septiembre de 1920. Archivo del Departamento Ejecutivo Municipal de Casilda.
Por FEDERICO ANTONIASI – Profesor de Historia / Historiador /Jefe del Archivo Histórico Municipal