Tenía 80 años, un número redondo, quizás un número noble; un número que representa a Koffi Annan, el ghanés que dedicó su vida a la humanidad.
Nació en 1938 en una familia de buena posición en el país africano de Ghana, y eso le permitió estudiar economía en su país para luego especializarse en el exterior. En 1962 inició su relación con Naciones Unidas primero como encargado del presupuesto de la OMS, luego como asistente del Secretario Genera en distintos períodos. Sus tareas siempre se vincularon a su profesión, pero éste africano tenía otras inquietudes y finalmente entre 1994 y 1995 fue coordinador de las Operaciones de las Fuerzas de Paz de la ONU. Le tocó la carga del genocidio de Ruanda al tener a su cargo el Departamento de Paz, aunque debe tenerse en cuenta la demora vergonzosa por parte del Secretario Butros Butros-Ghali como del Consejo de Seguridad, y la clara indiferencia de las potencias ante tamaña tragedia. Más tarde Annan indicaría que se hizo evidente la falta de cultura y precedentes para una intervención directa de los cascos azules en un conflicto civil. También tuvo la tarea de coordinar la transferencia de las fuerzas de protección en la ex Yugoslavia. Ambos sucesos impactaron profundamente en su vida, reforzando su convicción por la paz así como la construcción de una nueva legitimidad respecto de las intervenciones en su defensa.
En 1995 fue designado Sub Secretario General, el “cursus honorum” estaba casi completo. Sin dudas ya estaba preparado para la gran tarea de su vida. En 1996 fue designado Secretario General de las Naciones Unidas, cargo para el que fue reelegido en 2002. Uno de sus objetivos fue realizar una reforma estratégica de la Organización de cara al futuro.
En 1998 Se le encomendó viajar a Bagdad para tratar de evitar la Guerra imparable, siendo para él mismo su gran frustración. En 2003 se pronunció en contra de la invasión a dicho país por parte de EEUU y en 2004 la calificó de ilegal. Su lucha por la paz en momentos tan difíciles le valió el reconocimiento del Nobel de la Paz. La organización de planes de lucha contra el SIDA fue también una impronta de su actuación. Recibió además el Premio Sajarov de Derechos Humanos (2003) y el premio Indira Gandhi para la Paz (2003).
Su tarea por la paz mundial continuó una vez dejado el cargo a tal punto que en 2012 recibió el premio Confucio de la Paz por su labor de resurgimiento de la ONU y su tarea de paz en Siria. Tanto Occidente como Oriente rindieron homenaje a Annan por distintos y denodados esfuerzos por la paz mundial, un hecho que muestra su valía.
También es altamente reconocido por su labor en la promoción de los derechos humanos, alertando y trabajando en temas claves como género, refugiados, personas con capacidades diferentes, globalización, agua potable, igualdad y justicia, y trabajó especialmente para que África tuviera más oportunidades de desarrollo.
Ejemplo de esto es el haber promovido la “Declaración del Milenio” (2000) reafirmando la Carta de las Naciones Unidas y determinando 8 objetivos claves: 1: Erradicar la pobreza extrema y el hambre. 2: Lograr la enseñanza primaria universal. 3: Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer. 4: Reducir la mortalidad infantil. 5: Mejorar la salud materna. 6: Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades. 7: Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente. Fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
La personalidad de Kofi Annan acompañaba su preparación, se lo recordará como, quizás, el más carismático de los Secretarios Generales de la ONU, su hombría de bien, su calidez humana y una determinación incansable que, según el relato de incontables muestras de afecto ante su muerte, pintan de qué manera marcaba la vida de los demás su figura, resumida en capacidad, liderazgo y calidez humana. Sus frases acertadas se acuñan como dictados de conciencia y sabiduría. He elegido una que demuestra su capacidad para entender como pocos cómo funciona el mundo: «Las fronteras reales de hoy no son entre naciones, sino entre poderosos e impotentes, libres y encadenados, privilegiados y humillados. Hoy en día, ningún muro puede separar las crisis humanitarias o de derechos humanos en una parte del mundo de las crisis de seguridad nacional en otra».
Por EMILIO ARDIANI