Una parábola cuenta que:
Había una vez una ostra que descubrió algo de arena metida en su interior. Era tan sólo un grano, pero le causó mucho dolor. ¿Cómo reaccionó ella? ¿Cómo lo hacemos los humanos? ¿Minimizó ella las ásperas labores del destino que la llevó a tan deplorable estado? ¿Demandó que el mar debió haberle brindado protección? No, se dijo a sí misma: “Ya que no puedo removerla, trataré de mejorarla”.
Los años pasaron, y el diminuto grano de arena que tanto la había molestado se convirtió en una hermosa perla radiante. El cuento tiene una moraleja. ¿No es maravilloso lo que una ostra puede hacer con un granito de arena?
De esta parábola podemos sacar la enseñanza que el desaliento es una de las actitudes negativas que nos llevan al derrumbamiento. Lo peor que puede pasar es el desaliento de los buenos, es decir, de aquellos que intentan hacer bien las cosas aunque los demás se despreocupen del bien común. Esto puede suceder en la familia, en el lugar de trabajo, en la nación o en cualquier lugar donde hay personas.
Aunque lleguen las dificultades, o nos cansemos, sigamos adelante. La gran bendición está unida a terminar bien lo que comenzamos aunque no lo valoren los demás en el momento.
San Pablo enseñó: “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos” (Gálatas, 6.9)
No bajemos los brazos. Hay que ejercitarse internamente en la paciencia y la esperanza así como muchos se ejercitan en el gimnasio para fortalecer los músculos. Todo lo que haya de sufrimiento ofrecido con un sentido sobrenatural, produce frutos que perduran para siempre.
Comparado con Jesucristo, todas las dificultades que pasemos son leves.
Tendremos muchas tentaciones de abandonarlo todo. Si perseveramos como la parábola de la ostra, haremos un bien tan grande que afectará la historia.
Las tentaciones quieren neutralizarnos. Buscan destruirnos y alejarnos del compromiso que tenemos con la misión recibida. Dios nos la dio y proyectó poner su gloria en nuestras vidas para que demos testimonio a otros. Con su poder es posible llegar a lugares donde el desaliento no quiere que lo hagamos.
Intentemos cada día ser optimistas. Al optimismo le es inherente la esperanza, que es una virtud teologal que debemos internalizar en nosotros.