LA QUE ME MIRA, DESDE EL ESPEJO

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Hoy me miré al espejo y costó.

Le dije a la mujer que me miraba con ojos hinchados y facciones algo desdibujadas por la mala noche sin razón: “No es fácil que el tiempo pase con indulgencia, ¿cierto? Ni siquiera pido con elegancia, solamente con piedad.”

Me lavé la cara, retomé sin pizca de cuestionamientos filosóficos las rutinas habituales y compensé el trago amargo con un desayuno copioso, un poco de blues de fondo y la vista de la ciudad soleada, amaneciendo. El aire tibio, el aroma a jazmines del aire de jardines ajenos.

Pero no pude evitar volver con el pensamiento a esa que vi, que soy, mala o buena noche de por medio.

Es necesario aceptarse. En la nueva forma, en la nueva piel, en los nuevos y sorprendentes dolores. En lo que falta y en aquello que sobra.

Es necesario dejarla partir, soltarla, a la juventud, sin remordimientos.

Es necesario dar la bienvenida a la plenitud y hacer las paces con el modo nuevo de respirar, de mirar, con las articulaciones, las arterias, el cansancio porque sí y la energía porque sí, qué contradicción.

Hay vida después de cada década alcanzada, me digo, yo que pensaba que después de los 30 no la había, imaginaba que iba a morirme joven.

Es necesario amarse así, en una nueva edad, reinventarse, hacer un ejercicio de la curiosidad, de la porfiada persecución de los sueños.

Reír más que nunca y cultivar la ironía, el sentido del humor, empezando por casa. 

No temer un camino equivocado y sí temer a la inmovilidad. Elegir con cuidado a los humanos de los que nos rodeamos, alejarnos de los tiempos verbales condicionales.

Cantar a viva voz, ignorar a los gurúes de las fórmulas para la felicidad, mimarnos de los modos más insospechados, inocentes también.

Que los años vengan, sí, de a uno, los espero, quiero estacionarme como un vino de los buenos, que los míos puedan ir saboreando en las celebraciones o en los consuelos.

La frescura no depende de mis párpados hinchados, insisto, aunque no termino de convencerme, nadie pretende que sea fácil.

Es necesario caminar derecha, romper las cadenas, entender otros modos de vivir, es necesaria la indulgencia no del tiempo, sino la mía propia. Detestarme con amor.

La alternativa, detenerme, congelar la cámara que el Gran Ojo Visor tiene sobre mi ínfima pero personal existencia, no la quiero.

Demasiadas cosas para aprender, todavía.

Demasiado amor para dar y recibir, todavía.

Increíblemente, la mujer del espejo se acobarda y me da tregua, tan sólo hasta mañana, pero es una tregua al fin.

Por MARÍA ROSA INFANTE