Llegan a la tierra, traen enseñanzas, nos proponen cambios.
Vienen con una gran madurez espiritual. Saben lo que quieren y adónde van, y hasta algunos de ellos tienen destellos del lugar de donde provienen.
Son grandes seres espirituales jugando a ser niños.
Son los Nuevos Niños. El amor los impulsa, buscan cambiar nuestra realidad, empujarnos a evolucionar, a sanarnos, en definitiva, a ser más felices y saludables.
Estos pequeños y grandes seres tienen una gran misión: recordarnos quiénes somos; lograr que despertemos nuestro poder, y nos reconozcamos capaces de generar la evolución en nuestras vidas, que aportará evolución a la humanidad.
Quien quiera reconocerlos, podrá hacerlo a través de su mirada. Allí se encuentra su impronta, su potencia, su alegría y seriedad. La transparencia y pureza de sus ojos desnuda el alma de quien los mira. Miran de forma sabia y serena, de forma sincera e inocente.
Cuando se está frente de estos Niños, la emoción desborda el corazón; dentro se despierta una sensación de reverencia y respeto, y una gran intensión de colaborar con ellos.
Muchos adultos, por estar tan inmersos en su mundo, pasan por alto el real encuentro con estos niños. Si esto ocurre, si sus presencias no hallan eco, buscan la forma de ser reconocidos. Con el lenguaje que sepamos escuchar, nos darán el mensaje que debemos oír, queramos o no.
Muchas problemáticas actuales se deben a algo esencial: los niños no están siendo mirados, escuchados, contenidos ni valorados por lo que son, y no solo esto, sino también están siendo catalogados como desobedientes, rebeldes, intolerantes, enfermos, etc., todo, justificado en las formas que encuentran para comunicarse y para hacerse escuchar. Todos, principalmente aquellos que se presentan como sus guías, educadores o referentes, debiéramos hacer un trabajo para superar el prejuicio que surge al observar sus conductas y reacciones, para intentar encontrarnos con su Gran Espíritu.
EL RECONOCIMIENTO QUE NECESITAN
Todos necesitamos ser reconocidos… Que el mundo nos diga: “Te acepto, te veo, te apruebo”; “Reconozco lo que eres, lo que puedes”; Seguramente podemos registrar que, cuando sentimos que no tenemos un lugar, cuando el afuera es indiferente a las propias capacidades, cuando hay constante desaprobación, juicio o descalificación, se produce una enorme angustia, y se hace presente la creciente necesidad de que el mundo, y quienes son significativos en nuestra vida, nos vean y valoren. Cuando los niños nos llaman la atención de una u otra manera, solo nos están diciendo cuánto nos necesitan. Con sus conductas nos piden que los miremos, que les dediquemos un tiempo a percibir lo que realmente son, más allá de lo que hacen. Solo nos están diciendo: “Necesito que me reconozcas”.
Es por eso que, ante las conductas de los niños, lo primero que debemos hacer es correr los prejuicios y abrirnos a descubrir el mensaje. Los niños solo necesitan, y realmente exigen, que todo adulto que se presente como su guía y referente, se pregunte ante ellos: “¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué puedo hacer para ayudarte a llegar a tu destino?” Si nos proponemos mirar a los ojos a un niño, y por dentro dejar que estas tres preguntas “¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Hacia dónde te diriges?” hagan eco en nuestro interior y lleguen al interior del niño con verdadero interés, real y genuino interés, nuestro espíritu se encontrará con la verdadera identidad del niño. Solo una mirada, despojada de pensamientos y prejuicios, y cargada de real interés e inocencia, con tres simples y profundas preguntas: “¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Hacia dónde te diriges?”, puede ser la gran medicina para el alma. Haciendo esto estamos saliendo de la comodidad de siempre estar clasificando o descalificando al niño por su comportamiento. Estamos generando dentro un movimiento interior, que permitirá la apertura de un nuevo lugar para el niño: el lugar que ha venido a ocupar en esta familia, en esta escuela, en este mundo. Cuando los vemos enojados, irritables, desequilibrados, esto es lo que más necesitan; que nosotros, los seres que los hemos traído y quien se presente como un guía y referente, le otorgue un genuino reconocimiento a lo que realmente Son.
Pero si como adulto aún no haz hallado las respuestas a esas tres preguntas es tiempo que realices un trabajo de Superación Personal para trascender las barreras culturales que te apartaron de tu propia identidad. Si poderosas razones en tu vida te llevaron a dejar de lado “quien realmente Eres” por “quien deberías Ser” es momento de retomar tu camino original para ser una versión verdadera de ti mismo y poder mirar a los ojos a los nuevos niños de igual a igual.
Por MIGUEL PIGOZZI