«HISTORIAS QUE NO NOS SABÍAN», por GINA PENELLI

0
317

El domingo pasado te fui a visitar.
Llovía. Llovía un montón.

La alarma había sonado temprano y me quedé un rato en la cama mirando las manchas de humedad del techo mientras la radio me gritaba algo sobre soñar mil veces las mismas cosas.
Después de dar vueltas entre las sábanas con tu cara apareciendo en cada parpadeo decidí ir a verte, a verte de verdad.

Tomé el primer colectivo que apareció y me bajé a un par de cuadras de tu casa. Llegué empapada, me quedé abajo mientras terminaba un cigarrillo y entré al edificio con mi llave. Subí al quinto piso y caminé los dieciséis pasos hasta tu puerta, casi mecánicamente, casi con naturalidad, casi sin miedo.
Giré la llave y apenas entré pude sentir el olor a sahumerio mezclado con tabaco y con el aroma de la ropa limpia apilada en el sillón.
Vi el cenicero arriba de la mesa, el mate sin lavar, la guitarra en el rincón.

Seguí recorriendo todo hasta llegar a tu cuarto y ahí te vi, dormido, hermoso y libre.
Tu respiración tranquila y profunda me entró por los poros, tu barba crecida me hizo reír.
Dudé un par de segundos, pero finalmente me acosté con vos.
Afuera el viento rugía como una bestia enojada, el colchón estaba frío y te abracé.

No sé cuánto tiempo pasó, pero sé que me dormí así, con mis manos rodeando tu panza y tu perfume ahogándome los ojos, obligándome a llorar hasta que una voz me trajo de vuelta diciendo eso de soñar mil veces las mismas cosas.

El domingo pasado llovía un montón y te fui a visitar.
Fui hasta tu casa.
Sin salir de mi cama.

Porque puedo.
Porque uno nunca se va del todo de aquellos lugares a los que quiere volver.

Por GINA PENELLI