Intentan aprender en casa, hacen las tareas y asisten a clases virtuales. Extrañan la escuela, sus amistades y sus maestras.
Inventan relatos que aseguran que las palabras pueden nombrar la ausencia, para que extrañar no duela tanto.
Crean historias que aseguran que la realidad no alcanza. Por eso, es imprescindible construir otras más justas, más amables.
Juegan y crean un mundo distinto, un mundo posible para este tiempo de encuentro en suspenso.
Llaman a sus abuelas y abuelos para dedicarles un cuento de buenas noches, para cobijar los sueños ajenos.
Construyen casas, carpas, refugios y trincheras dentro de su propio hogar; tratando de crear un afuera estando dentro, para salir de a ratos, para tolerar el tiempo de espera hasta tanto puedan salir a jugar a la vereda, al parque o la plaza.
Mientras tanto los grandes creemos ser, siempre, los que sabemos y enseñamos.
Por FERNANDA FELICE – Licenciada en Fonoaudilogía, Profesora Universitaria, Escritora