PATIO, NO JARDÍN

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De chiquita, tuve patio no jardín. Con plantas de mandarinas, naranjas y granadas. Y flores que crecían desprolijas porque no había tiempo para dedicarles. Tuve perros querendones de verdad y alguno de peluche. No me gustaban  las muñecas, ellos eran mis hijos a la hora de jugar a la casita. Tuve un padre soñador y una madre enorme. Cada uno hizo lo suyo, aunque involuntariamente, para marcar mi modo de vincularme con el mundo: embestidas tímidas  para avanzar, impulsos y ala para elevarme, tozudez para arraigar mi alma. Y siempre, caracoles caracolitos cimbreantes para pensar. Tuve muchas voces cerca. Muchos abrazos y consentimientos inmerecidos. Tuve  el mal de mar congénito que tienen los hijos de padres que bajan de los barcos. Tuve veranos en ese patio que no fue jardín y que se aproximaba las vacaciones. Con una manguera que yo apuntaba el sol para ver las gotitas transformarse en infinitos arco iris. Veranos  con olor a uva chinche y con los dedos manchados de moras. Tuve  una calesita que sacábamos a la vereda,  con cuatro asientos  rojos y un manubrio verde,  que me hacía sentir la reina absoluta de mi cuadra. ¡Suban, yo invito! Adoré  (y adoro) ser la hermana menor de cuatro personas nobles y cariñosas que siguen pensando que necesito a los que se fueron antes, uno más temprano que el otro. Y me lo dicen tácitamente. Me enseñaron que mi plato en la mesa era una bendición de los hombres y no una dádiva de los dioses, aunque hubiera que agradecer con padrenuestros, con naturalidad y sin ceremonias. Crecí rodeada de libros y de música,  de tangos de papá y canciones en italiano de mamá. Acompañada por un enorme legión de tíos y primos que hacían mucho ruido y dejaban a su paso muchas nueces de puro capricho, para contradecir el viejo dicho. Aprendí rápido a ser contradictoria y necesitar tanto el barullo como la soledad. A veces,  me refugiaba en los lápices de colores, dibujando puntitos inverosímiles que todavía hoy sueño. Quizás,  alguna vez vuelva a dibujar,  a tocar la guitarra, a improvisar baladitas tontas en el piano. Tuve menos objetos materiales que los que muchos suponen. Podría enumerarlos.  Fui princesa por un tiempo pero muy rápido tuve que ceder mi trono sin arrepentimientos, para que mis sobrinos-hermanos-amigos-hijos fueran los protagonistas. Quise ser algunas cosas y las dejé inconclusas. Por eso esto que soy, sin ser nada y no es filosofía. Me enredé en algunos amores hasta que llegó el que yo esperaba casi sin darme cuenta, para hablarme en un lenguaje en cuántico que mucho no entendía pero que fue el suficiente para saber que sería mi caballero andante y mi compañero. La vida me trajo dos sueños cumplidos en forma de hijos. Desde esos días creo en los milagros y mi vida vale el doble, por mí y por ellos. A decir verdad, primero por ellos. La niña me enseñó con su sentido innato de la justicia que puede existir una balanza terrenal más eficaz que la divina. El niño me mostró que el sentido del humor es necesario hasta en los momentos aciagos. Aún más, en éstos. Otro corazones no humanos me hablaron de valores casi perdidos en los hombres y recupere esperanzas circunstancialmente perdidas. A más de la mitad de mi vida bajé del altillo y desempolvé sueños y proyectos que creía olvidados. Creo ser mejor persona de lo que mi autocrítica feroz suele mostrarme. Dicho con modestia,  como si fuera ésta mi almohada.

Pienso que lo que está allí adelante merece ser vivido con la intensidad y el desparpajo que no siempre logro encontrar. No soy una disfrutadora nata y disfrutar es un arte que me es esquivo.

En noches como ésta voy de balances y otra zonceras. Con tristezas y alegrías en el pecho. Adentro y atrás,  escondiditas en el corazón. Me siento vieja como el viento y recién nacida. Eternamente contradictoria, firme, porfiada, sin ceder ni decaer. Soy una luna creciente de luces y sombras,  con una cara oculta que llora cuando río. O a la inversa. Y se da el caso que me estoy riendo mientras escribo. Que me muero de risa porque me muero de llanto, porque sí. Pensando en todo eso que tuve, que tengo.

Patios,  no jardines.

 

Por María Rosa Infante, extraído de su libro «Apuntes en clave de mí.