El sonido del lápiz,
el siseo del carbón,
su cosquilla al silencio del papel
debería declararse
Patrimonio Sonoro de la
Humanidad
y defenderse
como si se tratase,
de una de las más bellas
formas de la libertad.
Porque lo es,
lo es,
sin duda alguna.
Por MARÍA FERNANDA TRÉBOL – Licenciada en Comunicación Social