A los ancianos que viven doble encierro
Nadie supo de su malestar íntimo
Acaso ni ella misma
Tampoco de sus quimeras adolescentes
Estaba casi siempre dormida
Sus ojos miraban
Detrás de un velo gris
Una vida sin matices
Un cielo muy poco generoso
Un sol que apenas entibiaba a sus familiares
A las enfermeras, paseantes mudas
A las paredes altas blancas herméticas
En fin, la vida estaba y no estaba
Como el trencito de la niñez
En su pueblo de ferrocarril
De casas chatas
De árboles gigantes
De hondos silencios.
Por CRISTINA MARTIN