Rubén Otarola. El «Chubi» Otarola. El Campeón Mundial de Kick Boxing, que para costearse sus viajes fuera del país para representar a la Argentina tuvo que vender con su familia pollos y rifas, sin quejas ni pedidos.
El hacedor de un pequeño gran milagro, nacido sin que nadie lo pidiera, en consonancia con su estilo silencioso de hacer sin pedir. Ese milagro llamado «El Potrero», en pleno corazón de Barrio Yapeyú, donde Chubi y los suyos (los suyos son su familia, sus amigos, sus afectos), hace exactamente cuatro años comenzaron a ofrecer a ese lugar como un sitio donde los chicos del barrio fueran a jugar al fútbol.
Perdón, pare decirlo con propiedad: fueran a «jugar a la pelota».
El lugar que fue creciendo en el mismo silencio. Que además del partido de media tarde, se continuó con la merienda necesaria para
reponer fuerzas, no sólo de la energía derrochada en el baldío convertido en gigantesco estadio de fútbol, sino de una infancia marcada a contramano.
Alguna vez, el Chubi confesó al autor de este artículo, entre pausa y pausa del aire de una entrevista radial: «Yo sé lo que es pasar hambre. Y quiero hacer todo lo posible para que ningún chico pase por eso».
Luego de un tiempo, la obra comenzó a trascender. A hacerse conocida. A traspasar los límites de Yapeyú, a cruzar esa ruta que los vecinos del barrio coinciden en señalar como una barrera que los separa del resto de la Ciudad.
Fue Nanci Rosconi, otrora Directora de Deportes del Municipio, quien se encargó de hablar con amigos de los medios de comunicación para contarles de ese lugar por el que ella desde su lugar había colaborado tanto como había podido.
La historia se hizo conocida. Ya el Chubi no era solamente -nada menos- que el esforzado deportista que tras sus peleas traía consigo el cinturón de Campeón Mundial. Pasó a ser conocido y justamente reconocido como el alma mater de ese espacio de deportes y contención, al que alrededor de 300 chicos de distintos sectores de la Ciudad concurren a jugar y a merendar.
La enorme estampa de Lionel Messi -al que Chubi idolatra y ratifica cada vez que puede como el «inspirador» de «El Potrero»- pintada en una de las paredes del baldío -nuevamente perdón, del estadio de fútbol- fue testigo de cada paso.
De la canción compuesta por el Ale Lopíccolo. Del desafío a patear tiros libres -excusa para la visita y el regocijo de los chicos- por parte de Franco Armani, Jorge Sampaoli, Damián Musto o María Belén Potassa, entre otros. De los reconocimientos del Municipio. De las donaciones provenientes de toda la comunidad. De las notas realizadas por medios nacionales.
Del silencio, se pasó a saber indubitablemente de lo que se habla cuando se habla de «El Potrero».
Hoy, a 4 años de aquél 5 de agosto de 2014, «El Potrero» sigue firme con sus preceptos iniciales: deportes, valores, merienda. En sus comienzo, eran los domingos. Luego, se agregaron martes y jueves. Actualmente, todos los días. Se han sumado adolescentes. También algunos adultos.
La comida no se le niega a nadie. Aunque todo se hace cada vez más difícil, Chubi no se amilana. Es más, se hace más grande en su empresa, aunque hace tiempo ande sin laburo y la vida no le sea fácil ni a él ni a los suyos.
Como era de esperar, algunos intentaron sacar réditos políticos. Se acercaron, con la intención de la foto, de subirse al esfuerzo y mostrarse como sostenedores o salvadores. Chubi supo plantarse, y esto hace aún más grande su estatura: «Bienvenida la ayuda de todos, pero con El Potrero no se beneficia políticamente nadie». Y los que se habían acercado con esas intenciones, se pegaron la vuelta sabiendo no era justamente ése un campo fértil para sus ambiciones.
El fin de semana hubo festejo. Y en «El Potrero» el festejo es jugando. Y merendando. Muchas personas colaboraron, a tal punto que con lo recibido Chubi considera hay para tres meses de meriendas aseguradas.
El autor de este articulo guarda para sí algunos párrafos. Porque la ayuda y la contención de Chubi hacia los demás, especialmente a los más chicos, van incluso más allá de lo enorme que se hace en El Potrero. Lo guarda para su intimidad, porque sabe que Chubi así lo prefiere. Quizá alguna vez sea tiempo para revelarlos. Mientras tanto, como los inicios de esta utópica y bella locura, crecen desde el silencio.
Chubi reitera agradecimientos. No se olvida de nadie. Los repite una y otra vez. Como una y otra vez repite, para dejar en claro que no es él, sino muchos: «El Potrero somos todos».
Como también repite: «Acá resucitó hace 4 años un lugar donde es posible soñar». O como está estampado en la pared coexistiendo con Lionel: «Creo en esas tardes que viví jugando a la pelota». O como en la tarde del lunes, luego del festejo del cuarto cumpleaños, en una radio: «Quiero que los chicos tengan una niñez sucia de tierra de tanto jugar…»
«El Potrero» vuela detrás de esos sueños. En la pelota que busca el arco en el tiro libre, en la revolcada del arquerito que en ese momento es el 1 de la Selección. En la bandera que viajó a Rusia. También, en cada consejo de vida que por provenir del amigo llega a destino puro y simple. También, como en la letra del Nano, con la leche templada y en cada canción…
Vuelo que ya anda por otros cielos, y es de esperar siga su curso, porque la historia merece ser conocida en todo el país, y tomada por esos grandes medios que sólo vienen a Casilda movilizados por episodios poco gratos e inmensamente menores comparados con esta historia de coraje y solidaridad.
«El Potrero somos todos», repite el Chubi, con esa humildad que no le permite creerse dueño de nada aunque le corresponda.
Y pido permiso, Campeón… Doy vuelta sus propias palabras y digo «Todos somos El Potrero».
Déjeme decirlo así, poniéndonos la camiseta de su gran obra, como pequeña manera de agradecerle tanto ofrecer su corazón…
Por GUILLERMO MONCLÚS