A principios de 1878 arribaron a Rosario, entonces primer puerto del interior del país, varios buques de vela que portaban azúcar desde Cuba. Al enterarse, Carlos Casado del Alisal –pionero español, nacido en Palencia el 16 de marzo de 1833, que había contribuido al desarrollo de la región como miembro de la comisión promotora del Ferrocarril Central Argentino; banquero y visionario fundador de la colonia Candelaria, hoy Casilda- convocó al propietario de las naves, un experimentado marino catalán, y le preguntó cuánto le costaría llevar el trigo que llenaba sus graneros a las ciudades inglesas de Liverpool o Glasgow. El capitán, conocedor de los problemas que acarreaba ese tipo de cargas y quizás animado por el deseo de evitarle pérdidas, lo exhortó con acopio de argumentos a no emprender una operación ruinosa. Antiguo piloto mercante, Casado, que no ignoraba los riesgos pero estaba decidido a afrontarlos, respondió: «No lo he llamado para que me aconsejara sobre el negocio, sino para saber cuánto me cobra de flete por mi trigo; lo demás dejémoslo en las manos de Dios».
El 12 de abril zarparon los barcos llevando el preciado cereal. Pero cuando llegaron a Glasgow, la firma Torromé, que representaba a Casado, le hizo saber que no conseguía compradores al precio establecido. El telégrafo registró su rápida y categórica respuesta: «Pregunte cuánto cuesta tirarlo al mar, y le enviaré telegráficamente su importe. Yo a los colonos debo pagarles lo que les ha costado cosecharlo». La inesperada actitud de Casado hizo reaccionar a los interesados, que comprendieron que no podían intimidarlo con ese tipo de maniobras y adquirieron el cereal al precio fijado.
Comenzaba una nueva etapa en la historia argentina pues, si bien poco antes se habían efectuado remesas reducidas, era la primera vez que un país que, dos décadas atrás, importaba trigo para consumo interno, lograba abrir una ancha puerta para sus exportaciones cerealeras. El éxito reflejaba el fruto del tesón de un hombre recio a quien no lograban abatir las contrariedades. Un año antes, los efectos de la crisis se habían hecho sentir en las colonias agrícolas que se alzaban a ambos lados del Ferrocarril Central Argentino, pero particularmente en Candelaria, bastante alejada de esa vía férrea. Casado había pedido un crédito al Poder Ejecutivo Nacional y éste había girado la solicitud al Congreso. Finalmente, el requerimiento fue denegado, pero dio lugar a un ilustrativo debate acerca de la conveniencia o no de que el Estado ayudase a los particulares a superar sus problemas económicos. Aunque en realidad, como expresaron varios senadores, no se reclamaba una dádiva sino que se buscaba afianzar una actividad de enorme interés para la República. Dardo Rocha, al apoyar el préstamo, había manifestado en la sesión del 21 de octubre de 1877: «Es posible que nuestros hijos o nietos vean poblado nuestro territorio, porque nuestro territorio tiene que poblarse desde que ha sido tan ampliamente dotado por la naturaleza, pero nuestro deber es poblarlo en nuestra época y de evitar en cuanto nos sea posible que vengan causas extrañas a impedir el desenvolvimiento de esta corriente de inmigración, si no detenida, debilitada un tanto. ¿Y cómo vamos a hacer esto? ¿Diciendo: la crisis nos ata los brazos; no podemos hacer nada? Pero para eso no merece la pena gobernar; de cargar con serios deberes como los que pesan sobre nosotros cuando ni siquiera aceptamos esta simple responsabilidad moral de acordarle el crédito de la Nación a un hombre que nos da garantías suficientes para que en el último caso hagamos efectiva esa garantía».
Lejos de amilanarse, Casado renovó sus esfuerzos, y pocos meses más tarde el trigo argentino entusiasmaba por su calidad a los importadores europeos. De inmediato trabajó para poner a la colonia en condiciones de responder a crecientes pedidos. Llegaban familias sin cesar, y eran debidamente alojadas y dotadas de las herramientas indispensables. Por otro lado, en Londres se formaba un consorcio dedicado a comprar la producción de todas las colonias de Santa Fe.
Estanislao S. Zeballos, que en 1864, cuando apenas contaba diez años de edad, había oído con terror, en las cercanías de Candelaria, los alaridos de los indios, viajó en diciembre de 1878 para contemplar lo que era calificado casi unánimemente como un verdadero milagro. El desierto se había convertido en un vergel, como lo probó la cosecha levantada en esos días: 47.000 fanegas de quince arrobas que, unidas a las ya almacenadas, permitían garantizar los compromisos de exportación para 1879. Más allá de las cruentas alternativas de la política, que preludiaban la pelea fratricida de 1880, colonos criollos y extranjeros condujeron en pesadas carretas hasta las vías del Ferrocarril Central Argentino las 496.304 arrobas (5709 toneladas en bolsas y a granel) que a lo largo de nueve meses trasladaron a puertos del Viejo Mundo buques italianos, alemanes, belgas y dinamarqueses.
Casado no tardó en concebir la formación de una sociedad para levantar espaciosos graneros en Rosario. Y mientras ese proyecto se materializaba, puso en marcha una nueva y grandiosa iniciativa personal: la construcción del Ferrocarril Oeste Santafesino cuya misión sería conducir el trigo desde el campo a las entrañas de los barcos.
Con justicia, el presidente Nicolás Avellaneda, en el transcurso de un banquete que se le ofreció en Rosario el 4 de noviembre de 1879, durante una recorrida a las ya numerosas colonias agrícolas santafecinas, pidió un homenaje para el pionero, que se concretó meses después cuando una comisión particular le entregó una medalla de oro y brillantes que en su anverso expresaba: «El presidente de la República Argentina y los habitantes de la provincia de Santa Fe», y en su reverso mostraba los «símbolos del comercio, la navegación, el trabajo y la agricultura», con la inscripción: «Al distinguido y progresista ciudadano don Carlos Casado, 1879».
En pocos años se hablaba ya de «la región del trigo», título de uno de los textos más felices de Zeballos, para mencionar esa vasta extensión de doradas mieses que brindaban sustento a varios países del mundo, y se reconocía a Rosario como centro de embarque de primer orden. A metros del río tenía su terminal el Ferrocarril Oeste Santafesino, de modo que el cereal era rápidamente embarcado. Narra un contemporáneo: «Los vagones descargan vaciando en el vestíbulo (de un granero) y por grandes bocas de escotillas al ras del piso, los granos van a caer a sótanos donde poderosas cuanto ingeniosas máquinas, accionadas por una a vapor de 50 caballos nominales, lo elevan, limpiándolo enteramente, hasta el último y elevado piso del edificio, bajando luego, pesándolo y dándole dirección, bien al piso de donde con facilidad y rapidez se ensaca y almacena.»
Hombre activo y generoso, Casado a la vez formaba una flota fluvial para la explotación de tanino en el Paraguay; apoyaba monetariamente al marino español Isaac Peral para la construcción del submarino por él ideado, y donaba cuatrocientas leguas cuadradas de su propiedad ubicadas en aquel país para que España pudiera enfrentar a Estados Unidos en Cuba. Su corazón dejó de latir, agobiado por crecientes dificultades económicas, el 29 de junio de 1899, luego de haber generado múltiples iniciativas en pos del desarrollo de su patria adoptiva.
El autor del texto es el Dr. Miguel Ángel De Marco, ex presidente de la Academia Nacional de la Historia y miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia de España, entre otras,