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Tenía sólo 5 meses. Una potranquita a la que su dueño dejó atada a la mañana temprano y cuando fue a buscarla ya no encontró. La salió a buscar. Preguntó, recorrió, llegó a la Dirección de Sanidad Animal del Municipio para averiguar. No pudo dar con ella. Fue entonces que hizo la denuncia policial. Finalmente, ya casi sin esperanzas de encontrarla, dio con el más desolador resultado, en Boulevard América al 4200.

La habían matado. De la peor de todas las maneras. Pide disculpas a los lectores el autor de esta Editorial por la crudeza en la descripción, pero es necesaria a la hora de relatar lo ocurrido y de intentar esbozar estas líneas sobre un episodio tan repudiable. La habían atado y golpeado con un palo. Presentaba cortes en todo el cuerpo. También, emprendieron contra ella a piedrazos. Luego la degollaron hasta desangrarla. Terminaron descuartizándola.

El Director de Sanidad Animal de la Municipalidad de Casilda, Dr. Andrés Martínez, quien fue llamado por la policía a efectos de constatar la brutal manera en que el animal fue asesinado, apenas podía mantener firme la voz que amenazaba con quebrarse a la hora de relatar a un programa radial el escenario antes descripto.

Más allá del hecho puntual, de por sí espeluznante, que nos colma de rebeldía y pena, cabe preguntarse qué clase de persona o personas pueden ser capaces de hacer algo semejante. Qué dosis de profunda crueldad pueden albergar. Qué oscuro resentimiento potencia semejante barbarie. Qué alto grado de cobardía delinea sus perfiles a la hora de emprender con salvaje alevosía hacia un animal indefenso y además atado. Y también, siendo capaces de esto, qué otro tipo  de acciones pueden realizar, sea contra otros animales o contra las personas.

En el último tiempo, afortunadamente, hay una conciencia distinta en relación al respeto a los derechos de los animales. Una coincidencia mayoritaria en lo que se refiere a plantarse ante el maltrato. Se ha avanzado mucho en varios aspectos. Lo que antes era natural o normal (un circo en el que se aplaudía a un domador dando latigazos a un león viejo, un zoológico visitado como paseo donde los animales agonizaban en vida en reductos de escasas dimensiones y totalmente ajenos a sus hábitats naturales, uso de pieles como abrigos, entre otros) hoy o bien ha quedado prohibido o bien es objeto de rechazo generalizado.

Afortunadamente, la Justicia también tiene una postura diferente a lo que ocurría unos años atrás, y reacciona en muchos casos como corresponde, aplicando la llamada “Ley Sarmiento”, la que hace respetar los derechos de los animales y sanciona a quien los maltrate. Una ley de muchos años atrás, que debiera ser modificada en cuanto a lo que a severidad en las sanciones se refiere, ya que son demasiado leves y ninguna de cumplimiento efectivo.

La labor de entidades proteccionistas y de personas individuales que militaron y militan por la defensa de los derechos de los animales –no siempre comprendidas y en más de una ocasión desvalorizadas- han conseguido a través del tiempo esos avances mencionados, quedando mucho todavía por hacer.

Pero a la par de esta concepción nueva, sigue habiendo este tipo de hechos, y cuando aparecen, aparecen con este grado de crueldad no sólo injustificable, sino inentendible, incomprensible y demencial. Hechos como en el que nos ocupa hoy y que provocan la airada y vehemente reacción de la mayoría de la gente, que, nos consta,  repudia de manera firme y con rigor tamaño episodio.

Es de esperar se pueda dar con el o los responsables de semejante atrocidad. Que se hagan cargo de lo que hicieron con un ser vivo de apenas 5 meses al que no le dieron opción alguna a defenderse. Que la muerte y el sufrimiento de ese animalito no quede impune ni olvidado.

Ojalá algún día los humanos seamos más animales y menos humanos. Si lo fuésemos, no seríamos capaces de tantas crueldades consumadas.

Y es de esperar también que quienes lo hicieron, puedan tener todavía algún resquicio de ¿humanidad? para que los ojos de esa potranca los persiga hasta que puedan al menos mostrar íntimamente algún signo de arrepentimiento. Aunque esperar esto resulte en principio una clara ingenuidad.