En la sociedad contemporánea, la urbanización, los cambios tecnológicos y las transformaciones del medio ambiente, son problemas cotidianos; como también, la preeminencia de lo económico respecto de otras esferas sociales, las religiones que se debilitan, al tiempo que se desarrollan otras religiones y creencias; el poder ejecutivo que se impone sobre el legislativo y judicial, los flujos internos, las migraciones, los mestizajes, que llevan consigo modificaciones trascendentes en el común denominador preexistente. Por esto es que analizar políticas culturales excede una argumentación solamente localista.
Está claro que el derecho de pertenencia no se negocia, entendiendo al derecho de pertenencia como derecho cultural. También que las nuevas formas de dominación y entrega se ajustan a los medios de comunicación, desinformando o mal informando. Y que en el diseño de globalización económica el principal obstáculo ha sido y es, el afianzamiento de los pueblos a sus acerbos culturales- incluyendo vestimentas, religiones, idiomas, estructuras familiares, etc. Por ende ahí está la batalla.
Debemos ser cuidadosos y democráticos, respetar las instituciones, tener cuidado con el avance de identidades culturales particularistas que puedan desviar el objetivo general y de máxima. No caer en el viejo truco de comparar una necesidad básica con otra. Así, es importante la obra pública, pero también las obras de identidad. Casi por costumbre la cultura está ausente de las decisiones públicas, de la industria, de la economía, del comercio, ni siquiera en el deporte, en el turismo, y lo que es más grave aún, está ausente también de las decisiones en las escuelas o en los organismos de educación no formal (aunque hay excepciones).
Los gestores culturales debemos en forma imperativa identificar al enemigo. Para que tenga sentido nuestro esfuerzo. No caer en livianas discusiones, ni en patéticos celos por el éxito, todo lo contrario, generar-idear-copiar y defender grandes lineamientos, intentando saber de dónde venimos, hacia dónde vamos y por qué. Es urgente e ineludible que cambiemos el discurso, debemos vender la cultura a la política, debemos hacer entender de la importancia y la rentabilidad, que tienen las industrias culturales. Debemos incorporar a los consumidores de cultura al debate (al menos para demostrar que somos muchos). Debemos nosotros primero ver a la cultura como una inversión y no como un gasto, no debemos ser floridos, debemos ser flores, pues luego de las flores vienen los frutos.
Por JULIO “PAMPA” D´AMICO.