-Hola, ¿qué tal? ¿Qué necesitás?
-Buen día, señora, ando vendiendo, ¿me compra algo?, mire, tengo rejillas, repasadores, desodorantes de baño, cepillos.
-Bueno, a ver, ¿qué es eso, una escobilla para el baño? Dame. ¿Cuánto cuesta?
-Cien, señora.
-Vos, ¿de dónde sos?
-De Rosario, siempre vengo a Casilda, desde que tenía siete años, con mi abuela.
-Y ¿cuántos años tenés?
-Cuarenta y cuatro, soy del 72.
-Ah, como mi hijo mayor. Yo supe recibir a una señora joven que venía con niños y me decía que uno era su nieto. Hablábamos un rato de nuestros trabajos, de la familia. Una vez le regalé un andador y un triciclo.
– Sí, puede ser. Yo siempre vengo a Casilda. Hace calor hoy, ¿no?
-¿Querés agua?
-No, gracias.
-Bueno, hijo. Que Dios te bendiga, ojo, no te tuerzas.
-¡No!, me espera mi familia en Rosario. ¿Qué va a ser? Hay que trabajar, nomás. Buen año, doña, cuídese la salud.
Te pido a vos, Dios mío, conservale la mansedumbre que le vi, y acompáñalo para que no se enoje, porque motivos no le faltan. Y si se enoja, ¡le va a ir peor!
Por SUSANA TOROSSI.