¿SABEMOS LO QUE QUEREMOS?

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Tiene que ver con algunas de nuestras ambivalencias. O de nuestras bipolaridades. Si fuéramos más drásticos, hasta podríamos calificarlo de doble moral.

Ocurre en distintos temas. Por un lado, nos rebelamos llenos de impotencia contra cualquier acto de corrupción. Por el otro, quizás no dudamos en “coimear” a alguien para obtener una ventaja o evitar una sanción. Nos hacemos oír al expresar “en Casilda nunca hay nada”; pero cuando se hace algo nos quejamos porque en la zona del evento hay demasiado movimiento o música que noss molesta.

Don Luis Landriscina, ese genial humorista argentino, describía esto con una de sus clásicas semblanzas: “Tomamos vermouth para abrir el apetito, y después un efervescente porque comimos demasiado”.

Uno de los reclamos más fuertes y reiterados tiene que ver con la necesidad del ordenamiento del tránsito en nuestra Ciudad. Requerimos, con razón, se accione para que haya un control mayor, se sancione a los infractores y se obre con severidad contra aquellos que infringen las normativas vigentes sobre el tema.

Pero por otro lado, reaccionamos distinto.

Cuando se hacen operativos de tránsito, sacamos la conclusión, quejándonos claro, que se trata de acciones recaudatorias que nos indignan.

Al mismo tiempo, creamos grupos de wass app, donde nos advertimos en qué lugares se realizan controles de documentación o de alcoholemia, para evitarlos, esquivándolos y transitando por otro lugar que no sea ése.

Pero quizás, la muestra más elocuente ocurrió por estos días. Un inspector de tránsito municipal realizaba su trabajo, y al detener a una motocicleta cuyos ocupantes transitaban sin casco, recibió cobardemente un golpe de puño que lo arrojó al suelo, bañando su rostro de sangre, y con la consecuencia de la fractura de su tabique nasal.

Si bien ese accionar fue individual por parte de quien lo golpeó de manera tan injustificada, incomprensible y artera, fue más colectivo lo ocurrido en redes sociales: por debajo de la noticia publicada por distintos portales o por usuarios de esas redes, muchas personas festejaban el episodio, agregando incluso los llamados “emoticones” que simbolizan una carita divertida ante el hecho en cuestión.

Es verdad que no puede generalizarse, y que la mayoría de la gente no se comportó ni se comporta de esos modos. Pero es insoslayable que dentro de la comunidad hay quienes sí lo hacen, y nos llevan a preguntarnos qué nos pasa y qué queremos.

Al menos, para saber en nuestra propia intimidad individual o en nuestra misma esencia colectiva hacia dónde vamos.