Una adolescente conoció a un varón a través de Internet. La expectativa ansiosa de la muchacha era excesiva. En la web había una foto de él; le dijo que era cantante en su tiempo libre y que vivía en la ciudad de La Plata. Ella, en su encantamiento no se daba cuenta que él ocultaba su verdadera identidad. Insistir en que se ocultaba un engaño era fortalecer su empecinamiento. Sí era importante insistir en que verificara mejor qué otros aspectos de la vida de él podía conocer: familia, amigos, estudios.
Después de unos días de chat, él le propuso que viajara a la ciudad de La Plata. Ella vacilaba entre el deseo y la duda. Había pensado pedirle a una amiga que la acompañara; le diría a los padres que pasaría el fin de semana en casa de la amiga. Se había encendido una luz de amarilla. Una pregunta se hizo necesaria: ¿por qué no viajaba él a Rosario? Finalmente, ella le propuso que él viniera a visitarla. Él contestó que viajaría. Pero el encuentro no se produjo nunca; una vez argumentó que el auto tuvo un desperfecto mecánico a mitad camino, otra vez que perdió el colectivo y en otra, que estaba con gripe y anginas. Para ella se hizo evidente que él mentía. Su desilusión fue grande, aún así, la obsesión por este sujeto virtual, fue como la vida de una estrella fugaz: pronto se disipó un encandilamiento.
Una madre presa de un fuerte estado angustiada: su hijo de 14 años repitió de año y no quería recursar. El padre y la madre sin saber qué hacer con su hijo atrapado por la adicción a los video-juegos. Se agregaba un factor de violencia que el chico desatada cuando jugaba: gritos y golpes contra los muebles de su dormitorio. Sanción: quita del video-juego y prohibición de que sus amigos vinieran a jugar con él. Como respuesta repitió el año. El cuadro de situación en el dormitorio del pibe era irreal: estaba jugando al fútbol y lo hacía de pie rígidamente, estaba muy, muy concentrado en el plasma donde interactuaba con otro ciber-jugador. Observación de la habitación: plasma, computadora y escritorio, su cama cubierta de peluches; una rana era su preferida. Todos se los había regalado la madre. Era evidente que el chico no estudiaba; los video-juegos y la computadora le absorbían la mayoría de su tiempo en casa. Dos medidas: lo más importante: el plasma y la computadora tenían que estar fuera del dormitorio. Los amigos tenían que volver y, retirar paulatinamente y en forma definitiva los peluches; ya no tenía edad para eso; estaba por cumplir 15. La rebelión que iba a generar esto en el chico era evidente. Llegaron a un acuerdo: él volvería a recursar y estudiaría. El plasma, los video-juegos y la computadora seguirían en el dormitorio. La madre controlaría que ese acuerdo se cumpliera. El chico volvió al colegio y pasó de año.
Comentario de un padre con una hijo adolescente de 17 años: “El otro día tuve una agarrada con mi hijo. No hacía nada para la casa, no colaboraba en nada, estaba todo el tiempo con los video-juegos. Le dije: ¿Podés ir a darle de comer al gato?. Me dijo, Ya voy, pero seguía con los juegos. Le dije: Tenés que vivir la vida real. La novia estaba al lado. ¿Puede creer que él no le daba bolilla a la chica? Hasta que hace unos días llego del trabajo y lo veo a él con la computadora y a ella con los video-juegos y dije basta; ella no entra más en esta casa, vos no prendés más la computadora, ni la tele ni jugás con los jueguitos ni nada. ¿Sabe cómo cambió? Empezó a estudiar porque tenía notas muy bajas; él que nunca se llevó ninguna. Claro, como no puede jugar con lo jueguitos ni mirar la tele, ahora anda buenito, hace buena letra y conversamos más”.
Una madre separada que vive con sus hijos varones de 15 y 11. El más chico le mostró a ella un video que apareció en YouTube, allí aparece el hermano besándose con otro varón de la misma edad.
Comentarios de adolescentes de ambos sexos entre los 14 y los 17 años.
– “No quiero ser grande; es horrible y aburrido”.
– “Todo me gustaba más cuando era chico”.
– “Me quiero quedar siempre como soy ahora”.
– “Sin alcohol podemos divertirnos, pero el alcohol es lo más”.
– “No sé si me gusta, pero todos toman”.
– “La estaba pasando mal; me puse a tomar y me sentí mejor”.
– “Es raro tomar y ver cómo se ponen los demás”.
– “Siempre tomaba cerveza; no sé que pasó esa noche: empecé a tomar todo lo que había.
– «Me parece que fumé un porro. Lo que es raro es que después no me acordé de nada”.
Principales factores de riesgo en los adolescentes:
- Consumo de drogas.
- Consumo de alcohol.
- Pedófilos en la red.
- Abusos en el grupo familiar.
- Violencia en el grupo familiar.
- Depresión y suicido.
- Adicción a Internet.
- Pornografía en la web.
- Bulimia y anorexia.
Un varón de unos 35 años, casado, se pregunta si es normal que vea diariamente videos porno en Internet. Comenta que sus amigos de la misma edad también lo hacen.
Un varón veinteañero comentó con mucha vergüenza que se había convertido en un masturbador compulsivo viendo videos porno. La intimidad de su dormitorio era testigo de su dañino enclaustramiento.
Un varón de 30 años, quien ha logrado consolidar un próspero comercio tiene un dilema: está haciendo buen dinero jugando póker en Internet. Su dilema consiste si va a seguir con el negocio o se dedica al póker virtual.
Un hombre obtuvo una prolongada licencia laboral por enfermedad. A partir de allí comparte su tiempo entre el casino y el póker en Internet. No piensa regresar a su trabajo.
Por RAÚL LEANI