CLAVE DE MÍ, por MARÍA ROSA INFANTE

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TAMBIÉN SUS MÉDICOS

 Ellos ignoran el concepto de enfermedad. Están ajenos a la idea de la muerte. Todo es hoy, ahora, inmediatez y regocijo cuando sus cuerpitos sienten el bienestar. Ni ayer, ni mañana, ni preocupación por un síntoma.

Desde el punto de vista humano, es una fortuna.

Sin embargo, ese desconocimiento sobre sus propios y peludos cuerpos lleva implícita una total incapacidad de autoanálisis. Y entonces si un perro está mal -y sucede con frecuencia- , está mal. O muy mal. Claro que hablamos aquí de perros con dueño, con amos, con padres o tutores humanos y responsables. El tema de las enfermedades y sufrimientos en los «de la calle» excede esta digresión.

Cuando nuestro amigo está mal, se detiene solamente en ésto: la constatación de su malestar, nunca al diagnóstico o los síntomas. Aunque tengan un instinto y una sabiduría atávicos para poder curarse … no alcanza.

Pocas cosas son tan terribles y dolorosas a la vista y al corazón como un perro que sufre. Está perdido, indefenso, no entiende, se desorienta, pierde su sexto sentido. No puede correr como quiere, ni respirar libremente, no mueve su cola. Entonces su mirada se torna vacía. Su ánimo se apaga. Camina como quien va derecho «al matadero». Y no hablamos solamente de su decadencia física sino de la otra, la anímica, que tiene que ver con la primera y viceversa. El círculo vicioso lo va consumiendo, si no estamos atentos.

Este «apagarse» emotivo es el modo que tienen de hacernos entender que algo no está bien. El pacto perro-hombre es claro: yo sufro, vos me curás. Porque antes, mucho antes de llevarlo a su doctor, sus médicos somos nosotros. Es así. Como con los hijos, con la diferencia que éstos, apenas empiezan a hablar, pueden decirnos «me duele acá o allá».

Entre todas las cosas que somos para ellos, almitas buenas, nos convertimos en diagnosticadores precoces. Entendemos variaciones, anomalías, ojos caídos, orejas quietas. ¿Por qué no me mueve su cola? ¿Por qué duerme sobre ese costado si no es habitual en él? ¿Por qué cojea de esa patita? ¿Por qué no toma su agua fresca? ¿Por qué se lame con fruición ese lugar de su cuerpito tan querido?

Cada día, más a menudo de lo que pensamos, nuestros perros tienen necesidad del médico. El primero -sin desmerecer ni eludir a los profesionales- sos vos.

 

Por MARÍA ROSA INFANTE

-Traducción y adaptación libre de un texto del periodista italiano Andrea Scanzi-