CONGELADA EN LA INFANCIA, RENACIDA EN EL PRESENTE

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Un antiguo proverbio reza: “Puedes dejar atrás lo que corre tras de ti, pero no es posible dejar atrás lo que corre dentro de ti”. Graciela tenía 50 años. Había perdido a su esposo unos dos años antes de comenzar la terapia. Anteriormente a ese suceso, ella sentía que las cosas estaban bien encaminadas. Había armonía conyugal y compartía con su esposo una actividad comercial desde hacía varios años. “Éramos buenos compañeros en la vida y en los negocios”. La inesperada muerte de él fue un terremoto emocional. Continuó con el negocio, eso la ayudaba a estar ocupada gran parte de los días, pero internamente se sentía detenida en el tiempo. No mejoraba con el paso de los meses. Estaba muy triste y los colores parecían haber desaparecido de su vida; “Todo me parece gris, indiferente y vacío”. Familiares y amigos le decían que se le haría más llevadero con el transcurso del tiempo, pero nada había cambiado. No había podido llorar y se sentía bloqueada, reprimida; su creencia negativa era: “Siento como si me hubieran cortado las piernas; me siento impotente, no podré seguir adelante”. Graciela estaba atrapada en un estado emocional llamado duelo congelado. El acontecimiento queda archivado en la región amigdalino-emocional del sistema nervioso central como si fuera una isla apartada porque no pudo ser procesada por la parte conciente debido al impacto producido por lo inesperado y desgarrador acontecimiento. Cuanto mayor cariño y amor existe hacia el ser definitivamente ausente, mayor es el dolor y la dimensión del duelo. La muerte del esposo de Graciela fue el foco de la terapia con el método EMDR. Pero, durante el paso a paso del reprocesamiento, sorpresivamente, Graciela pensó en la muerte de su madre como consecuencia de un cáncer cuando era una niña de 9 años. Recordó que su madre le había dicho antes de morir: “Tenés que ser fuerte”. En ese momento, Graciela se dio cuenta que se había tomado muy a pecho la recomendación de su madre. Ella era la mayor de sus tres hermanos, sentía que tenía que cuidarlos y además estar al lado de su padre acompañándolo. Después de la muerte de su madre no se había permitido el duelo; había rechazado los sentimientos de tristeza y de pérdida como señales de debilidad. El procesamiento de estos recuerdos con EMDR le dio la libertad de vivenciar lo que tenía que sentir. Tomó conciencia, se dio cuenta, que su madre no había querido decir que no se podía permitir el duelo, sólo había querido decirle a su hija que a pesar de todo estuviese bien. De repente, en una sesión, Graciela se dio permiso para permitirse sentir las emociones y la tristeza almacenadas en su interior. Hubo una pausa, Graciela comenzó a llorar desconsoladamente; yo sentía un nudo en mi garganta; acompañé su dolor y dejé que descargara tantos años de angustia, de sufrimientos acumulados y reprimidos. Luego, se hizo un largo, un prolongado silencio. Se recompuso y me dijo: “Ahora puedo llorar y seguir adelante”. Entendió que era normal, que estaba bien sentir. Lloró por su marido, lloró por su madre. Se sintió muy aliviada: “Me siento liviana”, comentó relajada. A partir de allí fue capaz de continuar con el proceso de duelo de un modo más tranquilo con recuerdos positivos sobre su marido y su madre. Muchas personas tienen la sensación de estar atrapadas en la tristeza, junto con imágenes que les rompen el corazón. Sobre todo cuando alguien muere de repente. Estos hechos traumáticos se archivan en la memoria episódica como un obstáculo en una de las capas más profundas de la memoria: la de las imágenes. El traumatismo mental ya sea por accidentes, muertes u otro tipo de suceso inesperado, produce un bloqueo de la

memoria, una crisis que exige pronta reorganización psíquica. Morir se convierte en algo increíble, es obligatoriamente un acto traumático. La persona afectada, queda “pegada” a las últimas imágenes del drama. Sobre todo, cuando alguien amado muere de repente, la persona puede sentir culpa por pensar en todas las cosas que “debería haber” dicho o hecho cuando tuvo la oportunidad. Esos sentimientos de responsabilidad se incrementan a menudo con las imágenes de sus seres queridos sufriendo. Los recuerdos suelen permanecer sin procesar y pueden hacer que el dolor continúe durante años. Para otros, si no hay culpas que aguijonean, sólo hay recuerdos que continúan alimentando la tristeza. Por suerte el procesamiento con EMDR, no solo elimina las asociaciones negativas intrusivas, sino que hace que vuelvan las positivas. El resultado son más recuerdos positivos de la persona ausente mientras acompaña una sensación de alivio. Le dije a Graciela que le pediría tres cosas: que retuviera en la mente el momento más duro del suceso relacionado con su madre, que retuviera los pensamientos de autorreprobación asociados al recuerdo y que registrara las sensaciones de ansiedad en su cuerpo. Animé a Graciela mientras se familiarizaba paso por paso con el método. La estimulé a recordar una vez más la escena cuando su madre le decía “tenés que ser fuerte”. Graciela me comentó posteriormente: “El procedimiento no me resultaba familiar, pero lo veía a usted seguro, acompañándome, apoyándome, alentándome y conteniéndome. A medida que avanzaba el procesamiento mi angustia se fue calmando, la tensión cedió, sentí alivio y comenzaron a aparecer sensaciones positivas de paz interior”.

 

 

Por RAÚL LEANI.